He inmortalizado unas cuantas veces las ruinas de este cortijo, devastación que cada vez resulta más notoria, camino galopante hacia el montón de escombros, pero es la primera vez que pillo a sus inmediatos chopos, con el típico atavío otoñal de noviembre.
Por aquí había un troncho, un tocón plantado, fosilizado que infundía cierta sensación de abandono, de marchitez, de desolación al paraje, en sintonía con el montón de cascotes del cortijo. Pero a mí me parecía muy fotogénico, y por ello, hoy lo echo de menos. Pero el tiempo pasa, borra y lo aniquila todo.
Escombros como vestigios mudos de la protección y el calor de vida animal y humana que mientras compusieron muros, albergaron. Como es bastante probable, que en unos pocos años acabe como el Cortijo de Arriba (a la vuelta, si no se me hace muy tarde, le echaré un vistazo), esto es, completamente derruido, me recreo a tutiplén ahora que todavía quedan algunas de sus paredes en pie.
Los restos de lo que alguna vez fuera un horno de leña para cocer pan de carrasca o de centeno (negro, el de los pobres, sin embargo, hoy día reputado por los dietistas como un pan de lo más sano) dulces de navidad, pimientos asados, costillas de cordero segureño y lo que fuera menester.
Enmarcando los chopos en una de las ventanas del Cº. de Hondares de Abajo
Yo siempre que contemplo estas ruinas, intento hacer una traslación en el tiempo, ponerme en contexto e imaginarme lo que pudo ser la ardua existencia de las gentes que habitaron y se proveyeron las habichuelas de estas austeras tierras. Pensemos que tendrían que soportar los fuertes temporales de otoño, los rigurosos inviernos, incluidos los fríos, intensas nevadas de enero y consiguiente aislamiento durante semanas, que cada equis tiempo les sobrevendrían. En completa soledad, abandonados a su suerte, incomunicados, dependiendo exclusivamente para alimentarse y subsistir de su previsión, de lo que tuvieran almacenado en la despensa o en sus corrales, en fin, tuvo que ser una lucha por la supervivencia titánica, aunque le he echado un vistazo a la cartografía histórica, y por entonces, este cortijo tenía vecinos, no solo el más cercano de Hondares de Arriba sino algunos otros cuyas huellas y memoria se han ido diluyendo en el transcurrir del tiempo, pero no así de los mapas antiguos que entonces los registraron y contemplaron:
Por entonces Charán, era solo una cortijada y a Las Casicas del Portal se las denominaba Casillas. Aunque la nieve les llegara a las rodillas, podían buscar socorro en los cortijos aledaños, tales como el del Altico, de las Lomas, Casillas, de Hocete, de las Hoyas, cortijada de Quintero, de la Cueva, de la Fuentecica...en fin, no estaban tan solos ni aislados como ahora nos pudiera parecer, sino que, en caso de una emergencia, seguro que se prestaban ayuda, unos a otros. No les quedaba otra y por la cuenta que les traía, debían llevarse bien, con todos sus vecinos, no como ahora que algunos llegan a las manos por cuestión de lindes y el irreprimible y acaso ancestral sentido de la propiedad.
La fotografía del almez junto al cortijo de Hondares también es un clásico de estos parajes.
Ahora nos dirigimos al Charco de las Ranas, a ver qué buena estampa nos ofrece. Cruzamos el arroyo de Hondares, cuyo nacimiento lo tenemos arriba, en el borde de los cortaos entre el Hondares de Arriba y Abajo. El camino que lo rebasa en dirección al Cortijo de las Lomas, se ha descompuesto por la última gota fría, presentando unos profundos socavones, incluso inasequibles para vehículos todo terreno.
Las ruinas del cortijo, intercalado entre los chopos, nos sigue obsequiando con bellas postales que guardar en la memoria de la cámara.
El itinerario me lo conozco de otras veces aunque tratar de ir pegado a la ribera del arroyo se hace bastante dificultoso por lo inextricable de la vegetación riparia. Tengo que ir sorteándola como puedo con el arañazo más que previsible en mis desnudos brazos de alguna zarza.
Pero las láminas visuales hacia los chopos, que me va brindando mi evolución, bien merecen el sacrificio.
Antes de bajar a la Poza de las Tortugas, nos enfrentamos a la popular grieta de unos viente o treinta metros de longitud, donde muchos senderistas que recorren estos parajes, gustan de hacerse una foto y recorrerla, mientras la estrechez de sus paredes en relación al volumen de su chasis se lo permite. Según los geólogos, nos hallamos ante una falla en desplazamiento de rumbo o desgarre.
La famosa y visitada charca se encuentra a la vuelta de este pasillo.
Y me la encuentro bastante desangelada, chuchurría por así decir. La he visto en mejor coyuntura fotográfica a la de hoy, como bien puedo demostrar en los enlaces ya compartidos con anterioridad. Me esperaba una buena cortina de agua pero no es el caso. Cae un chorro meón y el rincón se encuentra como arramblado, y nunca mejor escrito, debido al último temporal de gota fría que hemos padecido hace ya unos días, y que tan trágicas consecuencias ha tenido, tiene y tendrá, sobre todo para letureños y valencianos.
Pero bueno, ya que estoy aquí, intento aprovechar todo lo que de vistoso, por poco que sea, me pueda deparar el paraje, con el aderezo de los elementos que yo mismo aporte. Yoda, mi llamativa mochila, un trasunto de la Viky y los coloridos chopos, acuden en mi auxilio a tal efecto.
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