24 noviembre 2020

LAS FUENTES DE MULA en Bullas I

Este pasado verano, durante unas vacaciones que todo quisque hemos sentido constreñidas por el dichoso virus, anduve aposentado en una casa rural de las inmediaciones de Bullas. La idea era descansar, desconectar, intercalar un paréntesis en cuanto a la rutina laboral se refiere y para ello, nos propusimos (compartía tales propósitos con mi pareja), entre otros bureos, darnos paseos diarios de máximo dos horas, por territorio aledaño al alojamiento campestre. Una de las excursiones transcurrió por el tramo de las Fuentes de Mula, hasta la poza del Pasico Ucenda, (no bajaba agua), desde la cual retornamos hasta el punto de inicio. Comprobamos con no poco asombro, el gran caudal que la fuente del río Mula presentaba en ese momento, pese a hallarnos ya en las postrimerías del mes de agosto. Ni qué decir tiene que la belleza natural del entorno nos hizo la excursión muy placentera. En su corto pero bonito recorrido, se forman vaeras donde zambullirse hasta más arriba del ombligo.
El resurgimiento de la fuente, hace algunos años, supuso todo un acontecimiento entre los bulleros ya que permanecía seca desde hacía veinte años.
Recuerdo de forma difusa, cuando ya era zagalón, bañarme alguna que otra vez en el "Pasico Ucenda", confluencia entre las ramblas de Ucenda y del Ceacejo, lugar de baño en el río que quedaba más alejado de mi casa, en el camino de Avilés (me pillaba en cadiós), pero nunca se me ocurrió acercarme a las Fuentes de Mula, sitas un poquito más arriba, en el nacimiento. Por proximidad y luego ya de mocico, porque quedaban de paso hacia las tierras de secano y huerta que trabajaba mi padre, solía escoger como lugares de chapuzón predilecto, las vaeras del “Pequeño Benidorm”, de la “Artichuela”, “Los Chorros”, del “Río Puente” o del “Salto Lucero”, (Salto del Usero). Cada uno de estos bellos rincones de mi pueblo, evocan parte de los momentos más silvestres y puros, más felices e intensos de mi infancia y juventud. Los zagales de entonces no pensábamos en la playa, teniendo en el río tantos lugares diferentes y bonitos, a cual mejor, donde pasar la tarde entre chapuzón y chapuzón. Asimismo, durante el verano, El Pasico Ucenda y la Vaera de Los Chorros, me quedaban pintiparados para al regreso de mis rutas ciclistas, hacer un alto en el camino y darme un remojón, llegando a Cehegín, con el culo y pelo todavía húmedos, como si me hubiera caído un chaparrón.
Algún tiempo más tarde, volvería a acercarme al paraje para enseñarle tan coqueto lugar a Hulk y de paso, fotografiarlo junto a unos discos de Whitney Houston, de la que tengo pensado, capítulos más adelante, hacerle un extenso estudio monográfico, a su vida, obra y milagros. 
En este nuevo acercamiento tras de unas semanas, me tropecé con esta emotiva evocación por la memoria de un bullero de pro como fue Jose María Ortega, fallecido el pasado septiembre, tras años de dura batalla contra el cáncer. En vida fue luchador incansable en aras de la conservación del medio ambiente, velando por el cuidado de los espacios naturales de su pueblo. De hecho, fue el verdadero artífice de que en las Fuentes de Mula, marchitas y secas durante dos decenios, volviera por fin a manar el agua desde su secular nacimiento.
"Aguas del Río Mula, limpias y cristalinas, hoy lloráis por él, por lo mucho que os defendió en vida. ¡Seguid vuestro tranquilo curso! 
Y nunca volváis atrás, para que Pepe desde arriba, goce y goce de veros bajar." ¡Pueblo de Bullas, seguid defendiendo el río!
(En memoria de Pepe Ortega)
Ya desde mis vacaciones en la casa rural, indagando por Internet comencé a vislumbrar que me hallaba ante una historia digna de ser tratada en este humilde blog. Ni más ni menos que el surgir, el devenir, el acontecer de todo un pueblo a través de un río que nace en su tierra pero no le pertenece.
Ya expresaba que parte de mis recuerdos más entrañables habrán de estar ligados por siempre a este río y por ello, empecé a comprender que debía averiguar el porqué de las controversias que desde tiempo inmemorial vienen sucediéndose entre bulleros y muleños. A veces, sin detenerme mucho en ello, me hacía estas preguntas: ¿Por qué los de Mula pretendieron entubar el río? ¿Por qué a veces no discurren las aguas por su cauce y el río parece muerto, estancado como en suspenso? ¿Por qué se llama río Mula y no río Bullas? ¿Por qué las aguas del río son propiedad de Mula y no de Bullas, si nace en su término municipal? ¿Por qué tienen vetado los bulleros utilizar las aguas que transcurren por el cauce del río para regar? ¿Por qué durante tanto tiempo no brotaron las aguas desde su nacimiento natural ergo caño ancestral? ¿Por qué ha existido y continúa existiendo tal sempiterno conflicto entre bulleros y muleños a propósito del río? 
Este magnífico libro sobre la historia de mi pueblo lo había leído hacía mucho tiempo, pero supuse que para esta ocasión merecía un nuevo repaso. Me ha sido de mucha utilidad didáctica para comprender la génesis del conflicto.
La Bullas mora, arremolinada en torno a su fortaleza, sucumbiría ante el asedio de los Caballeros de la orden del Temple (Templarios) que tras someterlo, destruirían el castillo. La historia ignora si los supervivientes de la acometida cristiana, sufrieron represión hasta ser aniquilados o tal vez solo fueron expulsados de territorio bullero. Al poco vendría lo de la supresión de la ORDEN DEL TEMPLE, confiscados todos sus bienes, en la noche del 12 al 13 de octubre de 1307, en Francia, golpe urdido por el monarca francés Felipe IV el Hermoso, que afectaría paulatinamente al resto de miembros de la orden cristiano templaria. Más tarde, en 1344, las villas de Caravaca, Cehegín y Bullas son entregadas oficialmente a la Orden de Santiago por privilegio real de Alfonso XI. El monarca, unos años antes, había solicitado que se tomaran las medidas oportunas para reconstruir, entre otras fortalezas del reino, la del castillo de Bullas. Pero faltó tiempo para que la reconstrucción se llevara a efecto ya que sobrevendría la Peste Negra que diezmaría la población de gran parte de Europa. Bullas, es probable que se hallara ya despoblada o perecieran en días sucesivos la mayoría de sus habitantes, debido a la mencionada plaga que llegaría a alcanzar proporciones bíblicas. Mi pueblo se convertiría en un poblado fantasma, desierto y su término, la manzana de la discordia entre las villas vecinas y por ende rivales de Caravaca y Cehegín. Prueba de ello es que en un documento hallado y fechado por los historiadores en 1352, Bullas no aparece junto con Caravaca y Cehegín como lugares a reforzar y repoblar ante la todavía, amenazante Granada. El viajero Fernando Colón, hermano del descubridor, recorrió estos contornos casi un siglo después, en uno de los muchos viajes que haría por la península, y al paso por Bullas, describe su agreste y montuoso paisaje pero solo menciona como signo de civilización, la existencia de una fortaleza en ruinas. Dice no divisar alma alguna en varios kilómetros a la redonda. Mi pueblo pudo haber desaparecido para siempre dejando un montón de escombros y casas abandonadas que se pulverizarían con el tiempo. Sin embargo, supo esperar su momento y renacer de sus cenizas, cual ave fénix, dos siglos y medio más tarde.
En la Edad Media, Bullas, como ciudad fronteriza, sufrió diversas cesiones como la donación que hizo Alfonso X en 1254 al Castillo de Mula, para poco después ser entregada por Alfonso X y Jaime I de Aragón a Caravaca. Existen sendos contenciosos de 1365 y 1390 entre Caravaca y Cehegín por la explotación de la tierras del término de Bullas. Contenciosos resueltos de un modo más o menos salomónico hasta que el 12 de octubre de 1444, el infante Don Enrique, maestre de Santiago, concede Bullas a Cehegín para que sus tierras sean repartidas entre sus vecinos, reparto llevado a efecto tres meses más tarde. En este tiempo, el concejo ceheginero, actuaría con astuta discreción y terminaría por aprovecharse de su mayor proximidad geográfica respecto de Caravaca, para ir ganando influencia sobre el término de la antigua y despoblada villa musulmana. El 17 de septiembre de 1398, se fijan los términos entre las villas de Cehegín y Mula en el lugar conocido como el "Pinar de Bullas".
Tras la concesión real por parte de Alfonso XI y el consiguiente reparto de tierras, los cehegineros se afanan con tesón en la explotación de los campos de Bullas, especialmente una vez desaparecido el peligro granadino. Ya en 1.500 llevaron a cabo la construcción de una gran balsa de 40.000 varas cúbicas para recoger las aguas de la acequia de La Rafa.
Pero Bullas permanecía deshabitada y aún lo seguía estando en 1.563, pues de esa fecha se conserva una "Provisión real pidiendo información sobre el despoblado de Bullas que pretende conseguir Bartolomé Santoyo". En 1.593, sin embargo, como señala González Castaño, había ya tres familias residiendo en Bullas, las de dos labradores y un ventero."
A partir de este momento, los cehegineros se darían cuenta de que era más ventajoso residir junto a sus tierras que recorrer a lomos de animal las tres leguas que les separaban de ellas. Bullas comenzó entonces a poblarse rápidamente. Así, en 1.607, ya eran 27 las familias (o vecinos) que se habían trasladado a la naciente población que ya contaría con una ermita (la de San Antón), a la que de tanto en cuanto vendría un presbítero desde Cehegín para administrar los sacramentos. Política y religiosamente, aquellos hombres y mujeres seguían sujetos a la Orden de Santiago, aunque desde los Reyes Católicos ésta ya no gozaba de tanta autonomía, dependiendo ahora del rey como Gran Maestre y del Consejo Superior de Órdenes.
Entretanto, la población seguía aumentando y ya se hacía notar la presencia de casas nobles o de "hijosdalgo", como los Fernández Capel, que en 1.625 donaron a la pequeña ermita de San Antón su primera imagen de Nuestra Señora del Rosario, que en el futuro se convertiría en Patrona de la villa. 
En 1.660, Martín de Ambel dice que el número de vecinos ascendía a 170 y que aún seguía creciendo (seguramente cifras exageradas, aunque no demasiado). Los habitantes de Bullas comenzaron entonces a darse cuenta de que se hallaban en desventaja con respecto los de Cehegín en todos los aspectos, especialmente en el ámbito religioso y el económico.
La necesidad de una segregación de la villa matriz empezaba a cobrar forma en la sociedad eminentemente rural que formaban los alrededor de 800 pobladores de Bullas.
Remontémonos primero unos años atrás, hacia 1647. Aquel año ocurrió un suceso que pudo haber frenado y haber mandado al garete el sostenido crecimiento de la incipiente población bullense. Una grave epidemia de peste (otra más) procedente de Valencia penetró en el reino de Murcia, recorriéndolo de norte a sur, dejando tras de sí una estela de hambre, enfermedad y muerte. Milagrosamente (o porque se tomaron las medidas oportunas), la epidemia no llegaría a Bullas, aunque en la cercana Mula, acabó con el 61 por ciento de la población. Podría decirse que la acción o la fortuna de los bullenses, evitó que la epidemia se propagase hacia Cehegín y Caravaca. Tampoco podían afectar a Bullas las terribles riadas (como las de San Calixto en 1.651 o San Severo en 1.653) dada su altitud y situación sobre un montículo a 653 metros sobre el nivel del mar. El bullense de la época se limitaba a sobrevivir en un mundo incierto de miserias y tragedias, que unas veces le afectaban y otras le pasaban de largo.
Dentro de este ambiente de indefensión ante los elementos naturales, el fenómeno religioso jugaba un papel importante, de modo que en Bullas se empezó a exigir con más apremio, una mayor atención espiritual. En 1.664 se logró el permiso para instalar una pila bautismal en la ermita de San Antón y también para que se administrasen los santos sacramentos de forma regular en dicho lugar, mediante la presencia de un coadjutor. Esto dio origen a la famosa historia de la "pila robá", que siempre ha mediado en las relaciones entre cehegineros y bullenses. La disputa se originó cuando el alcalde de Cehegín, Ginés Chico, embargó la piedra de jaspe que estaba destinada para dicha pila bautismal. Los bullenses denunciaron enseguida el hecho. Hechas las averiguaciones, el propio rey Felipe IV, como Gran Maestre de la Orden de Santiago, y el Consejo de Órdenes intervinieron a favor de las pretensiones de los de Bullas, ordenando al vicario de Caravaca que se devolviese la pila a sus destinatarios originales y condenando además al alcalde ceheginero a pagar una multa de veinte ducados.
La sentencia no debió caer muy bien en la villa de Cehegín, y durante una época, sus habitantes tratarán a los de Bullas de traidores, independentistas, oportunistas, etc, refiriéndose despectivamente a ellos como "esos felones de la pila robá", ya que existe la creencia popular de que vecinos de Bullas lograron apoderarse de la piedra embargada antes incluso de que la sentencia se hiciese efectiva. Esta primera victoria política de los bullenses será germen de una rivalidad y recelo que años más tarde no permitirá una segregación pacífica del nuevo municipio. En 1689, tras algunos altercados y episodios grotescos, que tienen lugar entre unos y otros, Bullas compra la independencia y mediante decretazo del último de los Habsburgo, Carlos II, el hechizado, obtiene su emancipación definitiva. Bullas ya es libre y feliz como una perdiz. Entretanto, los años pasan.
En abril de 1.801, una gran nevada produjo grandes daños a las cosechas. Pero el principal problema al que han de enfrentarse los bullenses es el de las epidemias que periódicamente diezmaban a la población. La escasa higiene colaboraba a menudo a acrecentar la mortandad. El primer aviso viene dado desde finales del siglo anterior por unas calenturas que hostigaron a la población durante varios años. Al entrar el XIX, se creó la Junta de Sanidad para prevenir a la población de la fiebre amarilla procedente de Andalucía. En 1.802 y 1.804, volvieron las tercianas (fiebre intermitente que se repite cada tres días), favorecidas por la falta de salubridad en las aguas que llegaban al núcleo urbano por la acequia de La Rafa. 
Gracias a oportunas medidas, la fiebre amarilla de 1.811 no entró en Bullas, aunque dejó un rastro devastador en otras poblaciones cercanas. Pero sí afectaron, en cambio, las epidemias de fiebres tercianas en 1.817 y 1.819, a las que se sumó la disentería infantil en 1.821. Unos años antes, en 1.812, se bendijo el cementerio construido en lo que ahora se denomina El Paraíso, como una forma más de prevenir posibles epidemias, pero que pronto se llenaría de las víctimas de éstas.
También pudo escapar Bullas a la terrible plaga del cólera de 1.834. Pero el año más aterrador fue, sin duda, 1.855, cuando el cólera se instaló en la villa con todo su furor. Entre el 20 de julio y el 28 de agosto murieron 120 personas de una población de 5.500 habitantes, en un trágico mes en el que la enfermedad afectó a más de 700 personas, es decir, a un 13 por ciento de los bullenses. Fueron unos días angustiosos en los que se cavaron fosas sin cesar. Quizá fue entonces cuando la temida "pepa" de nuestras pesadillas infantiles, aquella carretilla destinada a recoger los cadáveres de las víctimas de la epidemia, circulaba por las solitarias calles de Bullas. Los atemorizados habitantes escucharían desde sus casas el siniestro chirriar de sus ruedas, mezclado con súplicas y plegarias para que la Providencia les librase de la peste.
Una vez superadas estas aterradoras epidemias, (ríete tú del coronavirus made in china) hemos de esperar a 1885 para que el cólera haga de nuevo acto de presencia y siembre de muerte y dolor los hogares bulleros. En esta nueva ocasión, el bacilo cercenó en poco más de dos meses, la vida de 163 personas, y se produjeron algunos incidentes con vecinos de Mula que pretendíeron impedir que las mujeres de Bullas lavasen en el río. 
El último annus horribilis del siglo, en cuanto a epidemias se refiere, fue 1.887, cuando una combinación de varios azotes (sarampión, viruela, varicela, etc.) envió a la tumba a más de cuatrocientos críos.
A los habitantes de Bullas, también les preocupaban otros problemas más tangibles e inmediatos. Si durante el siglo XVII hubieron de enfrentarse al concejo de Cehegín para obtener la independencia, el XIX fue el siglo de los conflictos del agua con Mula. La problemática sobre el aprovechamiento del Río Mula, tiene su origen desde la misma fecha de creación de Bullas como villa o municipio. Porque el afluente del río Segura tiene su nacimiento y más caudaloso curso en tierra de buen vino y sabrosas torrijas, pero sus aguas venían empleándose desde tiempo inmemorial para irrigar la huerta de Mula. 
Ya en 1.827, el alcalde del pueblo vecino denunció el desvío de las aguas para uso propio por parte de los vecinos de Bullas. Anteriormente, las autoridades muleñas habían irrumpido en dos ocasiones en término municipal bullense para examinar el cauce del río y evitar que las mujeres lavasen en él.
 
En la primera ocasión, en 1.816, se llegó a un acuerdo amistoso, pero en la segunda, los de Bullas hicieron uso de su autoridad y apresaron a los intrusos. Sin embargo, uno de los principales pleitos que se sostuvo con los regantes del Heredamiento de Mula fue el relativo al aprovechamiento de las aguas de la Fuente del Molinar, en Ucenda, que habían sido desviadas por una presa construida en 1.820 para regar aquellos parajes bullenses impidiendo su vertido al cauce del río Mula. Los muleños pretendieron hacer valer la mayor antigüedad de su villa así como la donación de Bullas a Mula como aldea que hiciera Alfonso X, como argumentos, y en un principio, el juez de primera instancia de Mula les dio la razón. Pero los regantes bullenses afectados, presentaron un recurso ante la Audiencia Territorial de Albacete que revocó la anterior sentencia en 1.854. Fue el comienzo de una tensa situación que ha marcado las relaciones entre ambos pueblos, una tirante hostilidad que todavía hoy perdura. Ahora veamos por qué los muleños se hallan imbuidos de autoridad moral y legal para reclamar los derechos históricos de propiedad sobre las aguas del río.
Desde los siglos X-XI, las aguas del río Mula han sido utilizadas para el abastecimiento de los vecinos de Mula y el regadío de su huerta. 
Según todos los indicios históricos los primitivos fundadores de la villa de Mula se asentaron en la ubicación actual, al pie del cerro de El Cabezo, durante los siglos IX-X, por el potencial agrícola del valle fluvial entre los ríos Mula y Pliego, previendo disponer en el referido enclave, de un caudal de agua permanente. Además de para consumo propio o doméstico, desde el siglo XVI también se utilizaron estas aguas para usos energéticos en industrias molineras instaladas en el tramo alto del cauce mediante pequeñas tomas del río, así como en la conocida Acequia Mayor, canal principal del regadío histórico de Mula. Los dueños del agua, el Heredamiento de Aguas de Mula, disfrutaba del caudal del manantial, más el resto de recursos que afluían al cauce del río, cuya propiedad se manifiesta en las Ordenanzas del año 1853, al describirse que ésta "se compone de todos los dueños y usufructuarios de la Fuente, Cauces, Vertientes y Acequia Mayor de Mula, cuya Administración y régimen se desempeña por una Junta directiva, compuesta de siete vocales de su seno, a quienes elije, nombra y facilita el expresado Cuerpo de Hacendados".
Para disponer de esta agua en el área de Mula, en el cauce se levantó un primitivo azud en el paraje de El Gallardo, a 13 kilómetros aguas arriba de la Villa, donde se embocaba la Acequia Mayor, excavada entonces en tierra y que constituyó desde entonces el cordón umbilical que ha dado vida a este regadío desde la Edad Media.
La presa actual es el colofón. Las aguas, al estar separadas de la propiedad de la tierra, estaban en manos de unos pocos oligarcas, que desde el siglo XIII-XIV tenían el disfrute de las mismas hasta bien entrado el siglo XX.
Ordenanzas del Heredamiento de Aguas de Mula del año 1931. Aprobadas en 1853 con la reforma introducida en 1895.
En este reglamento también se defendía la pertenencia de este caudal a los vecinos de Mula, al señalar en la página que "Lo que no interesa verdaderamente no olvidar, es que estas aguas son de población; y por este concepto reúnen todos los privilegios inherentes al manantial próvido que sirvió de arrimo a los primitivos pobladores de Mula; de fomento y desarrollo a su vegetación vetusta, y de surtido a sus necesidades y usos domésticos; manantial que dá la vida a la población y a sus habitantes. Que estas aguas sean de fundación y población, es una verdad tradicional, histórica, pública y evidente: “ítem, por cuanto está villa (dicen las Ordenanzas municipales aprobada por S. M. y el Real y Supremo Consejo de Castilla en 1579) y la dicha huerta está fundada con el agua que viene a ella, la que poseen dueños particulares, y les és repartida por mano del Fiel, etc".
Así pues, ya sabemos por qué los muleños tienen la potestad sobre el río que nace en Bullas. Porque la primitiva villa se fundó al socaire de la fuente de vida y despensa que suponía el río y lo venían aprovechando desde mucho antes de que Villanueva del Castelar se erigiera como tal.
Pero los beneficiarios del río siempre se han visto condicionados por el raquítico índice pluviométrico que desde tiempo inmemorial ha padecido nuestra región y que tanto incide en las variaciones que a lo largo del año sufre el caudal del río. Con esta problemática tuvieron que lidiar desde siempre los apoderados del río Mula.
Según los archivos del Heredamiento, los propietarios del agua realizaron todo tipo de actuaciones para conservar e intentar aumentar el caudal de la fuente, sobre todo en épocas de sequía; desde voladuras en las inmediaciones del manantial hasta la construcción de pozos horizontales o galerías, como la que actualmente existe en el interfluvio que forma el río con el barranco de Ucenda; así como las que se proyectaron construir ya durante el siglo XX en el entorno del nacimiento del río, posteriores a la existencia de pequeñas minas, de las cuales hoy todavía quedan restos. 
Sin embargo, la falta de lluvias persistía y la disminución de caudales para regar la huerta de Mula se hacía cada vez más insoportable. A todo ello había que sumar el cambio de cultivos en favor de los agrios como la naranja y el limón, así como variedades frutícolas, que demandaría desde entonces mayores riegos anuales. De modo que las personas encargadas del Heredamiento de Aguas, insistieron en la búsqueda de nuevos aforos en el entorno del nacimiento.

Este tipo de propuestas deja clara la angustia de los regantes ante la escasez de agua que se dilataba durante largos periodos. A este respecto, también es elocuente otra de las alternativas, como fue entubar todo el tramo inicial del cauce del río para limitar las pérdidas infiltración, evaporación o el pillaje.

Época que coincide con el conflicto civil español, lo cual dejó en segundo plano en muchos lugares, entre ellos Mula, los trabajos destinados al mantenimiento del sector agrario.
En estos años, las acequias estaban horadadas mayoritariamente en tierra, por lo que realizar tomas clandestinas resultaba bastante sencillo, utilizando esos caudales para el consumo de los propietarios por donde pasaban esos canales. 
Debido a la penuria hídrica, la premura de los regantes muleños a los ingenieros en el diseño de los trabajos a realizar en el área de captación era constante. Y es que el decenio de 1960 fue catastrófico para este territorio, sobre todo en la segunda mitad. En 1966 se registraron 130,5 mm en el embalse de La Cierva; 191,9 en el 67; 203,3 en el 68; 318,7 en el 69 y 91,5 en 1970.
A pesar de todos los esfuerzos, la necesidad por aumentar los recursos persistía en estos años; de ahí que la comunidad de regantes del Pantano de la Cierva, (constituida en el año 1933 y que adquirió la propiedad del Heredamiento en 1966) continuó con la búsqueda de nuevos caudales. Así, se fraguó durante los años 80 del siglo XX el Plan de Modernización de los regadíos tradicionales de Mula, acompañado de una dotación de ocho hectómetros cúbicos de agua del trasvase Tajo-Segura para toda la comarca y la explotación de recursos subterráneos en la cabecera del río Mula.
De este modo, si a finales de los años 60 y 70 comenzó la explotación subterránea en el área del nacimiento, la actuación se consolidó en los años ochenta dentro del Plan de mejora y modernización de los regadíos tradicionales de Mula, situación que repercutió en una mejor gestión de los recursos utilizados en el espacio regado pero que, por contra, provocó un descenso del nivel del acuífero y la seca del manantial tradicional.
Desde entonces, buena parte del caudal se obtiene a través de un pozo subterráneo "El Pradillo", que extrae el caudal del acuífero denominado "Bullas". El sondeo es explotado por la comunidad de regantes del Pantano de La Cierva de Mula. Las aguas del sondeo son vertidas al cauce dos kilómetros aguas abajo de la fuente tradicional, en el paraje del Paso de Ucenda.
Aconteció una época en que la demanda de agua para cultivos provocó la toma descontrolada de sondeos para la captación de aguas subterráneas, siendo uno de ellos, el polémico pozo de Corral de Comba, perforado muy cerquita del nacimiento del río Mula y a la postre, causante del drenaje y consecuente agostamiento de este. Tanta proliferación de pozos, originaron la sobreexplotación del importante acuífero de este entorno, provocando la desaparición de muchas de las fuentes que en el pasado surgían, y que se secaron como consecuencia de la importante bajada del nivel piezométrico.
Así pues, llegado a este punto, ahora puedo afirmar que comprendo un poquito mejor el modus operandi y coyunturas del río que ayer me eran desconocidas, v.g. la de saber que el agua del álveo procede la mayor parte de la que se extrae del pozo de El Praíllo, vertida a la poza del Pasico Ucenda, y de esta al cáuce del río Mula. Ello origina que cuando el agua discurre por la noche y fines de semana (dado que el coste de la extracción resulta más barato) el chorro del Salto del Usero, pueda lucir en todo su esplendor y potencia. ¡Acabáramos! 
El 12 de febrero de 2013, un vecino de Bullas, que paseaba por las Fuentes de Mula, advierte incrédulo que las aguas vuelven a surgir y como si de un Rodrigo de Triana se tratara grita entusiasmado: ¡agua a la vistaaaa!, y avisa emocionado a sus convecinos. Se confirmaba la predicción que hiciera meses antes, un polémico y mediático hidrogeólogo de la CHS, Francisco Turrión, que previó la rápida recuperación de las Fuentes del Río Mula, una vez se consiguiera cerrar el pozo de Corral de Comba que presuntamente las había secado.
Como no podía ser de otro modo, los medios locales pronto se hacen eco del notición: 
En el nacimiento original del Río Mula, conocidas como Las Fuentes de Mula, vuelve a brotar el agua de manera natural tras haber sido desecadas en el año 1994 como consecuencia de la apertura de un pozo sin autorización en la zona, abierto por los regantes de Mula en el periodo en el que estaban presididos por Don Francisco del Amor.
Dicho pozo ha sido objeto de litigio administrativo y judicial durante más de 15 años. Finalmente, el Tribunal Supremo dio la razón al Ayuntamiento de Bullas, que fue representado en esta causa por José María Ortega González, miembro de IU-V que fue la persona que inició el procedimiento de denuncia pública de esta desecación, lo que conllevó el cierre del mencionado pozo, y reforzó las esperanzas de los vecinos de Bullas de recuperar algún día lo que fue un paraje entrañable durante generaciones.
Y a la vista queda que el paraje no merecía haber permanecido tantos años, mustio como un higo seco.
"En su nacimiento, el río es más que una fuente de vida: un espectáculo para la vista y los sentidos que riega una tierra árida, débil a los violentos cambios climatológicos. Su flaqueza aumenta tramo a tramo hasta que desemboca en otro río de similares características. El río Mula, afluente del Segura, ha sido durante décadas reflejo de la discrepancia entre poblaciones hermanas y a su vez víctima de una erosiva y descontrolada contaminación medioambiental. Hoy, pretende ser ejemplo en España de que, con el esfuerzo gubernamental y el empeño ecologista, un río contaminado puede regenerarse, sobrevivir a pesar de estar bien muerto".
El río Mula volvería a brotar de su fuente gracias a una sentencia firme del Tribunal Supremo sin posibilidad de casación, que declaraba ilegal la apertura del pozo de marras que desde 1994, extraía para usos privados, el caudal que debía recorrer el lecho fluvial. Fueron muchos años en litigio de las sucesivas corporaciones municipales contra el Heredamiento de Aguas de Mula. Se había permitido su abertura en 1983, pero tardaría en ponerse en funcionamiento ya que los estudios predecían que secaría las Fuentes del río Mula.
La constatación del entuerto, argumentada entonces por informes de los técnicos de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), condujo a retirar la concesión de explotación del sondeo porque, de hecho, había estado sin utilizar durante años, a pesar de su legalización en fecha anterior a 1986, como al parecer establece la Ley de Aguas. Durante los años en que el sondeo estuvo hecho pero sin explotar, el río Mula siguió manando desde su nacimiento con un caudal medio de unos 100 litros por segundo.
La comunidad de regantes muleños recurrió la retirada de la concesión y comenzó a extraer caudal del pozo en la primavera de 1994, secándose la fuente del río a los pocos días. El empecinamiento de los dirigentes del Heredamiento fue tal que la CHS puso el asunto en manos de la Fiscalía de Murcia en 2004, diez años después del inicio de la explotación del sondeo.
Mientras que la cabecera del río permanecía seca y el lecho solo presentaba algo de caudal, cientos de metros más abajo, por otras aportaciones hídricas, el Heredamiento se pasaba por el forro la sentencia de 2009, del Tribunal Superior de Justicia de Murcia (TSJM) que daba la razón a la CHS e instaba a los regantes muleños a clausurar el pozo. Es más, el Heredamiento recurrió el fallo del tribunal murciano, llevando el caso al Supremo, que dictaría sentencia contra los regantes muleños el 17 de mayo de 2009. Hasta entonces, las Fuentes del Río Mula seguirirían exangües por el drejane de sus caudales desde el sondeo Corral de Comba.
El comprensivo lector puede imaginar, que me adentro por curiosidad, en estas peliagudas cuestiones del agua, como el auténtico lego en la materia que soy, y de repente descubro todo un cosmos infinito de referencias técnicas y polémicas sin fin que me abruman porque me hacen discernir que todo es más complejo de lo que a simple vista parece. Que una cuestión tan sensible como es la problemática del agua debido a su escasez, merece no solo dedicación sino mucho estudio para siquiera atisbarla. Se me ocurre poner en San Google Francisco Turrión y ¡ay la virgen!, me aparecen tropecientos mil enlaces, a cual más controvertido e interesante. Ello, lo confieso ahora, me lleva a interrumpir la elaboración de esta humildísima entrada de blog por un tiempo, ya que tanta información (videos y artículos) y polémicas entre los entendidos, me apabullan. Porque un bien tan preciado por lo escaso, del agua en Murcia, según Francisco Turrión, no debería considerarse tal, ya que en el subsuelo de la cuenca del río Segura, fluye un verdadero océano de aguas potables, dulces, limpias y cristalinas, que lamentablemente se desperdician porque se vierten al mar. Que por ello está en contra de los trasvases, por ende del Tajo-Segura, porque en realidad, si aprovecháramos nuestros propios recursos, no lo necesitaríamos. Ya se puede imaginar el avezado lector, las ampollas que una afirmación así levanta entre émulos discrepantes y agricultores aguatenientes (jajaja), por poner un ejemplo. Francisco Turrión supone para mí todo un hallazgo dada su levantisca actitud, por demás entusiasta, maneras de expresarse vehementes, espontáneas, muy directas y entendibles hasta para el más indolente profano. No hay que ser muy perspicaz para columbrar que un tipo así debe resultar bastante incómodo para según qué intereses y ambitos. El que suscribe ni entra ni sale porque ni pajolera idea tiene del comportamiento de las aguas subterráneas, si hay mucha, poca o ninguna en nuestro subsuelo, porque yo he venido aquí a hablar de mi libro, esto es, de las humildes Fuentes del río Mula, de modo que, dejaré este inopinado ramal que de pronto le surge en uno de sus flancos, a esta apócrifa crónica senderista, al albur de quien haya podido llegar hasta aquí y sienta idéntica curiosidad a la mía; que sea él quien con su propio intelecto y sapiencia, haya de ponderar si Francisco Turrión está en lo cierto o no. ¡Por las barbas de Abascal, ojalá lo estuviera, me cachis en la mar, digo en el río, no seas jodido...!

Volviendo al asunto que llevamos entre manos, al margen del señor Turrión, me encuentro varios informes en la red, a saber, de técnicos en medio ambiente, que tratan la problemática de la contaminación del río que este presenta sobre todo desde el Pantano de la Cierva hacia abajo. Asimismo, leo una entrevista muy interesante realizada a Jose María Ortega, en pleno proceso de resolución del conflicto, que resulta muy reveladora, para comprender la pelotera montada, cuando aún no se había cerrado el pozo Corral de Comba, y por tanto, aún no había tenido lugar el resurgimiento de las aguas en el nacimiento de Las Fuentes de Mula: Las gentes de Bullas nos resistimos cuando pretendieron entubar todo el tramo alto del Río Mula con el argumento de la pérdida de caudales. En aquel momento, sólo la movilización de la ciudadanía de Bullas evitó que el patrimonio de todos se fuera por un tubo al bolsillo de unos pocos. No obstante, muchos tramos de Río, situados en Mula, sí fueron entubados, sin que se esté garantizando un caudal ecológico para su ribera.
También se sabe que con la aprobación de unas normas urbanísticas en el municipio de Mula, recalifican toda su huerta como urbanizable. La misma huerta tradicional de Mula con la que en su día se justificó la sobreexplotación de los acuíferos de la comarca para abastecer los pozos de los regantes es a día de hoy, íntegramente urbanizable. 
El río Mula presenta una enorme diferencia de calidad medioambiental entre su parte alta y su vega media y baja. Una diferencia motivada por la explotación agrícola que del río se hace tras abandonar su zona montañosa. A pesar de los últimos esfuerzos administrativos en dar una imagen de inmediata recuperación del río, la situación actual de su agua y la vegetación que le rodea, dista mucho de ese objetivo. A pesar de los esfuerzos administrativos de dar una imagen de que el río Mula está recuperándose, su situación actual sigue siendo la de un río contaminado.
En la búsqueda de las causas que han favorecido a un incremento de la contaminación del río Mula, la divergencia entre las administraciones de los municipios por los que pasa es más que patente. Una disonancia que atiende a una "guerra local por el agua" entre los regantes de los campos en los que el río nace (en el término municipal de Bullas) y en los que es explotado para el cultivo agrícola (principalmente en el territorio de Mula). 

Así, en la actualidad, y como reconoce el concejal de Medio Ambiente de Bullas, José María Ortega, la principal labor de su Concejalía para el cuidado del río es la lucha jurídica para cerrar definitivamente el pozo de Corral de Comba. Un pozo abierto "sin permiso desde 1994", culpable de la desecación de las fuentes naturales más importantes del río: Las fuentes de Mula. "Después de muchos años, conseguimos que la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) reconociera que no tenía concesión de aguas, pero el tema fue recurrido por los regantes de Mula y ahora está en el Tribunal Supremo, a falta de una resolución definitiva", señala José María Ortega. 
Entre las medidas que podrían solucionar las diferencias medioambientales entre parte alta y baja del río, José María Ortega señala como principal la erradicación de la sobreexplotación de los acuíferos. "Que los acuíferos estén en disposición de hacer aportes es la condición sine qua non para que haya ríos. La CHS, ahora sí que persigue y sanciona los pozos ilegales. Antes no hacía nada, pues con su omisión favorecía a ciertos caciques y ‘aguatenientes’", sentencia. No opina lo mismo la técnico medioambiental, Lucía Fernández, para quien es imprescindible la salvedad de un caudal mínimo impuesto y controlado por la propia CHS: "Sin este caudal mínimo seguiremos encontrando grandes diferencias entre vegas del río y la consecuente pérdida de su hidrología y naturaleza".

(Encuentro clara afinidad ideológica entre el desaparecido Jose María Ortega y Francisco Turrión, de hecho, idéntica chocante expresión "aguatenientes" suelen emplear ambos, ahora bien, según las tesis de Turrión, no es tanto que se hallen sobreexplotados la mayoría de acuíferos sino que los pozos no se abren en los lugares idóneos. En este punto difiere claramente con lo que sostenía Ortega).
Por último, también he tropezado con una esclarecedora y reveladora entrevista de hace unos años que le hacen a Esteban Egea, a la sazón, alcalde de Bullas, algún tiempo antes de que se procediera mediante impepinable resolución del Supremo a precintar el conflictivo pozo de marras. Se da la circunstancia de que este alcalde de Bullas, fue mi profesor allá por...(?) en el Colegio Nacional Artero, aunque no acabaría el curso ya que pediría la excedencia para dedicarse a la política. De hecho, fue el primer alcalde de la democracia, una vez fenecida la dictadura. 
Hay que remontarse a los primeros años del actual periodo democrático, para conocer la rivalidad entre pueblos por el agua del río Mula. Paradójicamente, el actual alcalde de Bullas, ganador de las elecciones en 2007, es la misma persona que desempeñó ese cargo en el primer ayuntamiento democrático del municipio. Esteban Egea recuerda haber vivido «la última guerra moderna del agua del río Mula». Antes de los 80, los usuarios y, por tanto dueños del río, eran los miembros de la Comunidad de regantes del Heredamiento del río Mula. «Esta comunidad transmitía como un bien privado sus “derechos” de explotación del río de generación en generación para regar la huerta de Mula», explica Esteban Egea. En la época franquista, la Comunidad había comprado el denominado «bancal de Ucenda» —considerado el origen del cauce natural del río Mula— y conseguido una autorización explícita para la explotación del pozo que da cobertura al comienzo del río. El motivo, resolver los periodos de escasez o estiajes, frecuentes en toda la Región.
Con la constitución de la Comunidad de Regantes del pantano de La Cierva, ésta ya democrática y basada en el uso y no en la propiedad, la Comunidad del Heredamiento comenzó a dedicarse a la venta del agua del río a la nueva Comunidad de Regantes. Sin embargo, ésta última, para mejorar su propio abastecimiento obtuvo la autorización de otro pozo en «el bancal de Aparicio», situado en valle muleño del Aceniche. «Tenían dos opciones: dar un enorme rodeo por su término, con las tuberías para verter al río, o hacerlo por los caminos de Bullas a lo que nos opusimos inicialmente los vecinos y mi entonces equipo de Gobierno», recuerda Egea. Tras algunos episodios de coacción y protesta, se llegó a un acuerdo entre regantes de Bullas y de Mula. Sin embargo, la brecha volvió a abrirse años después con el intento infructuoso de los regantes muleños de entubar el río desde su cabecera. Una iniciativa paralizada y que sigue pesando en las relaciones entre Ayuntamiento de Bullas y comunidades de regantes de Mula.
¿Qué labores lleva a cabo el Ayuntamiento de Bullas en el cuidado medioambiental del rio Mula?

Las labores que efectuamos están centradas en la limpieza, control de accesos, y mejoras de adecuación, aparcamientos, etc. sobre todo en torno del Salto del Usero. Hay que tener en cuenta que no tenemos ninguna competencia y, sin embargo, nos está costando mucho dinero mantener limpio y accesible este paraje. En obras, nos hemos gastado unos 60.000 euros, y se quedó en puertas la restauración de la acequia que nutría al Molino de Enmedio. La familia propietaria de este molino también ha mejorado los márgenes de la ribera y ha recupera la antigua Fábrica de la Luz y el propio molino. Todas estas acciones se reflejan en el paisaje del río a su paso por Bullas.
Hay que tener en cuenta que por nuestro término discurre el Curso Alto, que ha estado a punto de ser declarado Monumento Natural. A partir del término de Mula, el río prácticamente desaparece en cientos de tuberías. 
Por lo tanto no es cierto, como se indica desde Mula que es en su paso por territorio bullense dónde el río más se contamina. Al contrario. No hay prácticamente vertido externo, y el agua sale directamente al río de dos pozos y recorre poco trayecto: el agua aquí es más pura y cristalina. Es desde el pantano de regulación, ya en Mula, donde casi desaparece y donde comienza toda la suciedad.
¿Existe colaboración entre los ayuntamientos de las localidades por las que pasa el río? 

No, porque esa labor la realiza la Confederación y la Comisaría. Yo diría que es más bien al contrario. Siempre hubo intereses encontrados entre Mula y Bullas, municipio este último al que siempre se le ha negado cualquier posibilidad de uso, rompiendo la máxima de que los ríos han de regar las tierras por las que discurren. Luego hubo una disputa enorme para que los pozos de los alrededores no pudiesen extraer agua, salvo los de Mula.
A pesar de las discrepancias, ¿es viable la recuperación del río Mula?

Creo que debemos recuperar el tramo seco del río que hay entre su surgencia natural, la fuente de Mula, y la zona artificial donde nace ahora, que es donde abocan las tuberías de los regantes de Mula. Es viable si se construye una pequeña presa muy cerca del nacimiento, de manera que el pozo vierta en ella y desde ahí ya salga al cauce. Así se ahorraría energía. También sería viable si los jueces nos dieran la razón sobre el pozo de Ucenda (Corral de Comba) que hemos ganado y los regantes de Mula han recurrido al Supremo. Al tener que cerrar como se ha sentenciado, sería la Confederación la que tendría la propiedad y ella podría usarlo para ver si la fuente surge de modo natural, y si no, hacer esta derivación para conseguir recuperar estos kilómetros del nacimiento.
No cabe duda que le debemos el actual lozano aspecto que presentan las Fuentes de Mula, dicho esto sin ambages, a Jose María Ortega, hombre de fuertes convicciones morales, luchador impenitente, activista convencido, muy implicado en la conservación del medio ambiente, y sobre todas las cosas, apasionado y muy enamorado de su pueblo. 
 "Aquellos paisajes que fueron la primera leche de nuestra alma, aquellas montañas, valles, ríos o llanuras en que se amamantó nuestro espíritu cuando aún no hablaba, todo eso nos acompaña hasta la muerte y forma como el meollo, el tuétano de los huesos del alma misma" (Unamuno, Andanzas).

He leído noticias más recientes que hablan de la preocupación de los regantes de Mula ante la falta de agua para sus cultivos, todo ello debido al cierre en su día del pozo Corral de Comba. El conflicto entre las partes implicadas continuará porque en las Fuentes ya de por sí, deja de fluir el agua cuando la sequía es muy pertinaz, de hecho, volvieron a secarse, pese al cierre del polémico pozo, dada la falta de lluvias, y así permanecieron durante un tiempo, hasta el año pasado en que volvieron a manar. Hacia finales del 2020, el problema se halla latente pero postergado, debido al virus y la relativa benigna época en cuanto a precipitaciones se refiere. 
Cuando vuelva la sequía, volverán los problemas. Al tiempo.  

Situación de los elementos en conflicto
EL AGUA SECUESTRADA
            
Primera línea. Entrevista a Francisco Turrión.
           

        
Hace un mes llené la cantimplora en esta fuente. 
El agua está buenísima.
Fuentes que he consultado y me han ubicado e ilustrado para entender mejor la problemática del río.
HULK, en las Fuentes de Mula
El atardecer de aquel día.
FINAL PRIMERA PARTE

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