04 junio 2019

SIERRA DEL FRONTÓN IV Y FINAL

Yo siempre he sentido la misma fascinación por los dinosaurios que por los extraterrestres. De los primeros, tenemos constancia de que existieron a través de los fósiles encontrados. De los segundos, es de simple sentido común argüir que no puede existir en la vasta enormidad del universo, un único y solitario planeta donde se hayan dado las casualidades necesarias para que se origine la vida, al menos tal y como nosotros la concebimos. De hecho, estoy convencido que nos visitan desde la época de los dinosaurios. Bueno, quizás exagere un poco, pero por lo menos cinco mil años hace que los alienígenas se dan una vuelta por nuestro planeta, cada equis tiempo, cuando les viene bien. Algunas extraordinarias construcciones, de disposición y proporciones matemáticas perfectas, que han llegado a nuestros días, dadas en civilizaciones de hace unos miles de años, nos inducen a pensar que por fuerza tuvieron que contar con la ayuda de alguien o algo que utilizara medios más sofisticados que los rudimentarios de que se disponía entonces. Internet se encuentra atiborrado de cantidades ingentes de estos asuntos que yo consumo a veces con verdadera fruición. Para sacar conclusiones de informaciones certeras, tan solo hay que utilizar un buen garbillo que nos ayude a separar del grano, la mucha paja que sobre esta materia existe. La pasión me viene de joven, cuando a finales de los setenta, no me perdía un solo episodio de la serie de televisión "Investigación OVNI". En el comienzo de cada capítulo siempre me sacudía un estremecimiento cuando una voz en off decía aquello de: "desde que Ezequiel vio la rueda, esta es la rueda que dijo que vio...", ahhh apasionanteeee!!!

De hecho los telediarios ya dan abiertamente como noticia los avistamientos inexplicables que se producen en el mundo, de extraños objetos voladores que desafían las más elementales leyes de la física, y que el Pentágono y otros organismos similares llevan investigando desde vaya usted a saber cuando. Es muy posible que el orígen de las religiones que han llegado a nuestros días sean consecuencia de actividades extraterrestres que los coetáneos de entonces no supieron explicar de manera racional. Recomponiendo más tarde los hechos acaecidos, arreglándolos, adornándolos ergo adulterándolos a voluntad, según inclinaciones, intereses y tendencias, v.g. la biblia.
 Volviendo a los dinosaurios del Frontón, la humanidad siempre ha sentido auténtico entusiasmo por aquellos enormes bichos del jurásico. La conmoción mundial causada por el filme Parque Jurásico, y sus secuelas, de Steven Spielberg, basada en la estupenda novela de Michael Crichton, dan buena cuenta de ello. Hay algo mágico y apasionante en el hecho de conocer que durante 165 millones de años, nuestro sufrido planeta Tierra, estuviera ocupado por seres gigantescos, extintos por motivos en que los diferentes investigadores no se ponen de acuerdo. Algunos de nuestros congéneres actuales, dando muestras de una ignorancia supina, creen que los primeros homínidos cazaban dinosaurios y mamuts. Es probable que sea debido a la influencia perniciosa del cine de ciencia ficción que como es lógico, se toma la licencia de eso que llaman "necesidades del guión", para encajarlo con una historia cuyos protagonistas siempre son humanos. El relato del "hollybudiense" y ya mencionado guionista, productor y director de cine norteamericano, es parecido al de nuestro algo más humilde personaje de ficción doctor Parreño, natural de Cañá Canara (Cehegín), cuyo equipo de científicos e investigadores contratados y financiados con dinero negro y a tiempo completo (oficialmente cobran el paro), comandados por el célebre doctor Infierno, han desarrollado una técnica de duplicación celular que sin duda, revolucionará los métodos de clonación reproductiva del futuro. Todo un logro para este inquieto culiverde de pro, que a poco que logre normalizar sus problemas con el fisco, y con ello poner en conocimiento de la comunidad científica sus descubrimientos, le auguramos en los próximos años, una nominación a los premios Nobel de Genética Cuántica. Que estos colosales reptiles del jurásico, desaparecidos hace tantos millones de años, puedan hoy campar a sus anchas, como san Juan por sus viñas, en pleno siglo XXI, por los montes del noroeste murciano y alrededores, comprenderá el lector que no solo es para quitarse el sombrero sino para salir por patas cagando leches como si no hubiera un mañana.  
Si tenemos en consideración que los dinosaurios fenecieron hace 65 millones de años, después de una estancia de 150 millones, y la humanidad propiamente dicha no alcanza ni el millón, nos sirve esta evidencia no solo para hacernos una idea de lo insignificantes que somos respecto de la historia de nuestro planeta sino que la coexistencia de ambas especies está separada además por millones y millones de años. 
Los mamuts lanudos en cambio se extinguieron como quien dice antes de ayer, hace tan solo 3700 años, y sí es cierto, porque se han encontrado vestigios de ello, que los primeros hombres los cazaron para alimentarse y abrigarse. De hecho, cuando los egipcios construyeron las pirámides de Giza, todavía existían mamuts en la Tierra, probablemente en Asturias, Soria y la zona de Siberia.
Los últimos descubrimientos, que a lo largo de los años no cesan de modificar y replantearse los conocimientos que hasta ahora se tienen sobre los dinosaurios, se cargan de un plumazo algunos mitos. Estudios recientes apuntan que pese a la creencia popular de que eran reptiles de sangre fría, en realidad se movían en un extraño terreno intermedio en que ni fría ni caliente. Eran criaturas de sangre templada, podríamos decir. Otra creencia respecto del gran Tyrannosaurus rex sobre que sólo veía objetos en movimiento y cuyos cortísimos brazos anteriores no servían para nada, también se ha desmentido en los últimos tiempos. El Rex poseía un sentido del olfato extraordinario, pero aunque su visión era algo deficiente, pues veía menos que un gato de escayola, sí que podía distinguir objetos inmóviles. Por otra parte, las extremidades delanteras del Tyrannosaurus Rex eran algo más largas de lo que se suele representar en películas e imágenes y eran excepcionalmente poderosas y musculosas. Eso da pie a suponer que las empleaba activamente para agarrar cosas y descuartizar la carne de sus víctimas. Técnicamente hablando, el dinosaurio que en verdad tenía unas extremidades tan cortas que parecían muñones y no servían para nada era el Carnotaurus.
El principal responsable de esta creencia probablemente sea Spielberg y la famosa escena de Jurassic Park en la que Alan Grant le dice a Lex que se quede quieta porque así el dinosaurio no podrá verlos. Debemos disculpar un poco al director pues en los noventa todavía quedaban algunas dudas acerca de cómo funcionaba exactamente el sentido visual del T-Rex, aunque probablemente, Spielberg se pasara por el arco del triunfo la base científica, aún a sabiendas, para infundirle mayor emoción a la película.
También se sabe que el tiranosaurio rex no fue el depredador más grande y temible conocido. Se tiene conocimiento de que existía otro todavía más poderoso y espantoso. En cuanto a depredadores terrestres fue el descomunal Spinosaurus, tan enorme que probablemente podía engullir elefantes como aperitivo. Un verdadero cafre que haría que hasta el tiranosaurio rex pusiera pies en polvorosa al tropezarse con él.


Sin embargo, el título de depredador más grande constatado está muy disputado, pero de momento queda reservado para el Liopleurodon, animal marino que era ligeramente parecido a un tiburón gigante, similar al también gigantesco megalodón. Ambos (afortunadamente) se hayan extintos, salvo que al doctor Parreño o científicos chinos se les ocurra clonarlos en plan vegetariano, y algo en el proceso salga mal y la líen parda. No quiero ni pensarlo.
Las vistas hacia los campos de Béjar y de San Juan destacan soberbias desde esta bonita arista de la sierra del Frontón. Más si cabe ahora, en el momento de la elaboración de este relato, que el día que hice la ruta en que todavía no se hallaban los sembrados los suficientemente crecidos para que hubiera brotado el verde de los campos en todo su máximo esplendor.
La mayoría de paleontólogos opinan que se extinguieron por culpa de un asteroide, pero no deja de ser una suposición, una hipótesis no lo suficientemente probada. A día de hoy, y pese a las controversias, parece claro que un meteorito de gran tamaño (aprox. 10 kilómetros) impactó en lo que actualmente es la península de Yucatán en México. Dicho asteroide probablemente provocó la extinción de todos los dinosaurios cercanos a la zona de impacto en un radio de miles de kilómetros que indirectamente también causaría una serie de cataclismos como tsunamis o lluvias ácidas que sí contribuyeron más tarde, lenta pero inexorablemente, a su extinción definitiva.
Pero por otro lado resulta poco probable que el meteorito por sí mismo fuese el único causante de la extinción. Hay pruebas de los diversos cambios que se produjeron en la tierra previos a su llegada, esto es, frío y erupciones volcánicas, que hacen suponer que el meteorito llegó en un cúmulo encadenado de verdadera mala suerte, una concatenación Murphyana cuyo aerolito terminaría por asestar el golpe definitivo, la estocada de gracia. Pero los dinosaurios, pese a la creencia popular, no se extinguieron del todo. Al contrario, varias especies sobrevivieron a esa gran hecatombe y dejaron una descendencia prolífica y generosa. Algunos animales actuales, como el colibrí o incluso el gorrión, son considerados dinosaurios. El famoso Archaeopteryx es el antepasado de todos ellos. 
¡Qué pesado se pone Hulk a veces! Desde luego que el afán de protagonismo de nuestro hombretón no tiene parangón. Sabe que hoy no toca, y el tío erre que erre a ver si consigue su cuota de pantalla cuando precisamente en esta entrada es que le toca chupar banquillo. ¡Si sigues en esa actitud tan infantil y subversiva, te dejo postergado en el blog hasta diciembre, así que, tú sabrás...!
Tampoco resulta cierto lo que piensan algunos sobre que el homo sapiens es la especie dominante gracias a la extinción de los dinosaurios. La mayoría de ellos tenía una capacidad intelectual similar a la de un avestruz actual. Si ocuparon la tierra durante 150 millones de años, no se puede decir que su evolución cerebral progresara gran cosa si la comparamos con la nuestra en apenas 600.000 años. Sí es cierto que su extinción dejó lugar a que apareciesen mamíferos de mayor tamaño y probablemente eso influyó decisivamente en los pasos evolutivos hasta el Australopitecus. Dejando ese detalle a un lado, las teorías que aseveran que si no fuese por su extinción, la Tierra estaría poblada de velocirraptores ultra inteligentes, yo creo que son más bien pamplinas de hueso dulce pertenecientes al terreno de la especulación y ciencia ficción.
Como bien se puede colegir mediante estas imágenes, merece la pena subir hasta aquí porque las panorámicas hacia el mediodía y poniente resultan excelentes. Una vez alcanzada la cresta, llegar en dirección norte hasta la cima de la arista, es coser y cantar.
Me ocurrió que cuando decidí abandonar el Frontón, intenté un atajo destrepando un paredón rocoso demasiado expuesto en el modo arrastraculo. Cuando pude llegar al pinito que se ve abajo de esta imágen, me encontré enrriscado y atrapado. No hallaba una salida que fuera segura por ninguna parte. Así que, cuando me di por vencido, tuve que trepar por una pared casi vertical, con caída al vacío que mejor seguir hacia adelante, osea parriba y no mirar atrás.
Me vi obligado a subir por donde había bajado, con un sol inclemente que laceraba mi lomo y hacía hervir la cabeza. ¡Qué momento más jodío por dios y la virgen santa!
Estuve a punto de esperar a ver si estos dos enemigos naturales, pese a su pacto de no agresión, me brindaban algún buen fotogénico lance de lucha titánica en plan cine tres D, que llevarme a la cámara, y mucho peliculero rugido y bramido pero más ruido que nueces. No pude esperar más porque se me hacía tarde para la hora de comer en casa. 
Desde la cima de la arista del Frontón se obtienen estas fantásticas panorámicas.
En fin, con estas panorámicas desde casi lo más alto de la sierra del Frontón, finiquitamos esta serie de entradas que han discurrido entre los Campos de San Juan y de Béjar, recorriendo algunos de sus montes adyacentes; explorando también el mítico río Alhárabe, verdadera columna que vertebra todo este territorio, nutriendo, bañando y regando buena parte de sus feraces tierras. Sin tenerlo a priori previsto, como en el autor de este blog suele ser habitual, hemos ido recorriendo parte de este bello territorio moratallero, a salto de mata, según nos iba sugiriendo cada precedente visita y detalle que llamaba nuestra atención. Ora era el río, ora unos molinos en ruinas, ora su pantano, aquella cima en que hay instaladas unas antenas; la de enfrente que parece dominarlo todo... Hemos tenido también ocasión de reproducir algunos pasajes del libro Y también se vivía, que rescata anécdotas y vivencias de un valor incalculable, pertenecientes a los últimos sobrevivientes que trabajaron y habitaron esta otrora concurrida comarca. Y entretanto, hemos disfrutado del paisaje, del sano ejercicio, físico y mental de caminar, de la fotografía, de la música, de la escritura y en definitiva, de todas las actividades intrínsecas al modo de ser e idiosincrasia del autor de este blog, que es de lo que se trata. Finalizamos pues esta singladura, vivida y disfrutada durante varias semanas por tierras murcianas, para emplazar al visitante a que viva con nosotros nuestra próxima peripecia, que discurrirá por tierras jiennenses. ¡Venga halaaa!, dejamos a Hulk que remate en plan estrella en la reserva, como a él le gusta, despidiendo la entrada como protagonista y calentando porque tenemos previsto que salga de titular en la siguiente. A este astro marveliano hay que mimarlo y consentirlo un poco porque nos da mucho juego y resulta más rentable para nuestros intereses, llevarlo contento que cabreado.
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIG@S!

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