11 enero 2019

POR EL VALLE DEL ACENICHE I (BULLAS)

El día 31 de diciembre del pasado año, subí con unos amigos hasta el vértice geodésico del Castellar (993m). Es una subida bonita de pendiente progresiva que tanto desde el punto de vista físico como paisajístico resulta muy disfrutona y reconfortante. Hace algunos años, entre mediados de mayo y todo el mes de junio, antes de que las temperaturas estivales comenzaran a dispararse, gustaba de subir a buen paso hasta el tubo y darle la vuelta a la montaña por la umbría. No podía existir mayor placer, después del recorrido, que darse un buen chapuzón en las vivificantes y frías aguas del Salto del Usero. Tengo para mí que atesoran propiedades medicinales y hasta milagrosas, como las aguas de Lourdes, porque el subidón que experimentas tras el baño, resulta estimulante, de efecto vigorizante y duradero para varios días. Pero de un tiempo a esta parte, todo ha cambiado, pues al declarar el paraje, una de las siete maravillas de la región de Murcia, la afluencia de turistas en verano comenzó a desbordarse, viéndose obligadas las autoridades municipales a restringir las visitas a un máximo de 100 personas por día. Dos o tres veces que acudí con la intención de bañarme, me vi el idílico rincón, tan atiborrado de gente que comenzó a perder para mí, todo su otrora incomparable encanto. Pero volviendo a lo que decía al principio, estando con mis amigos en lo alto del Castellar y mirando hacia el oeste, escuchamos a lo lejos, disparos de escopeta, reparando acto seguido después, en unas cabras que se veían trasponer ladera abajo, en el monte de enfrente. Este no parecía estar a menor altitud que adonde nosotros nos encontrábamos, de modo que llamó mi atención y desde ese instante, me propuse hollarlo para echarle un vistazo. Se trataba de Garcisánchez (1032m), encuadrado dentro de la sierra del Lomillo. Consulté en míster Wikiloc y ¡bingo!,…encontré una rutica que contemplaba no solo el paso por este promontorio montañoso sino algunos otros. Dieciocho kilómetros de recorrido de mucho pisteo y monte enmarañado que no pude completar el primer día porque estos montes, fuera del circuito habitual senderista, constituyen reino casi exclusivo de cabras, arruís, dinosaurios y cazadores. Son montes tan vírgenes, tan impenetrables y por tanto tan inhóspitos al senderista medio, que después de acabar desollado vivo, no te quedan ganas de volver a repetir la experiencia. Lo de “enmatojarse” y despellejarse en estos montes tan mediterráneos y nuestros, resulta tan posible y frecuente como el de abandonarse al placer de tirarte una ristra de cuescos y quedarte en la puta gloria, sobre todo cuando caminas solo. ¡A ver quien es el guap@ que se resiste a tan aliviadora flaqueza! Y visto lo visto, ahora ya podemos decir, que el peligroso y ambicioso proyecto/experimento del señor Parreño, ya no tiene remedio. Sus bichos han proliferado y tiene poblada e infectada toda la comarca vinatera del Aceniche y Ucenda de variopintas especies de dinosaurios. De momento parece que solo se alimentan de almendras, uvas, ababoles, collejones, bellotas silvestres y cerrajas, pero en cuanto por casualidad le hinquen el diente a alguna zorra, conejo o cabra…y noten la diferencia en cuanto a sustancia y sabor, lo siguiente en probar serán los humanos. Me tropecé con varios de ellos, y dado su enorme tamaño, acojonan. Luego caes en la cuenta que son inofensivos, que de momento son veganos y solo se alimentan de yerbajos, pero está claro que el ancestral instinto alimenticio del dinosaurio es la chicha. Más pronto que tarde les volverá su naturaleza y acabarán con un cazador o desprevenido senderista entre sus fauces.
La ruta es durilla y yo diría que en una sola mañana, en modo senderista, con alto en el camino para el bocata, alguna que otra foto, recreo del paisaje etc, pues no da casi tiempo culminarla, salvo si estás muy en forma, prescindes del paisaje, del bocadillo, te apañas con una insípida barrita y vas durante todo el recorrido a pijosacao. Aún así, es posible que se te pegue el arroz. Dejando a mis espaldas el Castellar, inicié mi caminata por entre un bancal de almendros. Me llamó la atención la resistencia de estas solitarias hojas de un árbol ya casi desnudo, preparándose para la muda.
El aspecto que presenta la loma de Garcisánchez. La cima que sobresale a su izquierda, el pico de Lavia, techo de Cehegín (1236m).
A nuestra espalda, dejando ya a alguna distancia, la cara sur del Castellar de Bullas.
El omnipresente Almorchón ciezano. A su izquierda la sierra de la Silla (793m) y a su derecha, el cerro de la Cabeza Gorda (679m). Entre ambos, la autovía del noroeste, RM15.
La primera tachuela a salvar es el cerro del Molar (904m). No existe senda así que se hace monte a través aunque se aprecian las señales no siempre bien definidas de una trocha.
Muy pronto nos tropezamos con una comunidad de dinosaurios que no parecen prestarnos la más mínima atención. Pero quieras o no, dado su descomunal y atemorizante aspecto, el esfinter anal se te afloja y pedorrea.
Que me digan a mí que con esas mandíbulas preparadas para triturar, prefieran una tortilla de espárragos a un buen chuletón a la brasa...no se, me cuesta creer que estos ciclópeos del jurásico y cretácico anden por aquí comiendo brotes tiernos de coscojas y jaras. ¡Vivir para ver!
Pero vamos, que a pesar de su terrorífico y espeluznante aspecto, de momento son tan rumiantes y herbívoros como una vaca.
El Valle del Aceniche es un paraje situado entre los municipios de Bullas y Cehegín, declarado de interés paisajístico natural por su belleza y valor ecológico. Cubierto de viñedos y rodeado por densos pinares de las sierras de la Lavia, Ceperos, Ponce y Cambrón, el Valle del Aceniche posee un microclima excepcional, con una pluviometría en torno a los 450 mm, uno de los más altos de la Región de Murcia, con veranos calurosos y fríos inviernos, dándose una alta amplitud térmica entre el día y la noche durante el periodo de maduración final de la uva, lo que confiere a sus caldos unas características particulares muy apreciadas.
El promotor de esta investigación tiene a tiempo completo y sin reparar en gastos, a un grupo de científicos de talla mundial, que está consiguiendo importantes avances en el campo de la biotecnología genética. Desde una base subterránea, ubicada en algún paraje de entre la Hoya Don Gil y Burete, cuyas coordenadas nadie conoce salvo su fundador y el que suscribe, se lleva a cabo este proyecto secreto que trata de entender la estructura de los genes y cómo la información que portan se traduce en funciones o singularidades, intentando encontrar la forma de aislarlos, analizarlos, modificarlos y hasta de transferirlos de un organismo a otro para conferirle una nueva característica. La ingeniería genética permite clonar fragmentos de adn y codificar genes en organismos diferentes al de origen. Gracias a los nuevos y revolucionarios descubrimientos en esta materia, los investigadores de Burete han conseguido el diseño a la carta de estas colosales criaturas, cuyo instinto violento y ansia asesina ha logrado ser alterado y transformado, dotando a estos ejemplares de la misma agresividad que la de un osito de peluche. Prueba de ello es que, lejos de asustarme o aterrorizarme, se mostraron muy solícitos al postureo. Pido fervientemente a la concurrencia que me guarde el secreto de lo aquí consignado y escrito. 
Por suerte o por desgracia, hoy también llevo a míster Hulk en la mochila. No tengo más remedio que dispensarle su cuota de pantalla ergo protagonismo. Ha resultado ser un incorregible celoso envidioso hasta la náusea. Está el tío de un exultante que hasta parece que se sale de la pantalla.
 Bonitas panorámicas en derredor desde el cerro del Molar.
Sierra de Ricote más al fondo. Cerro Rodero, El Rejón, Muela de Don Evaristo, La Cantincharia, etc.
Llegados aquí y siguiendo el track, toca descender, tomando a nuestra derecha.
El Prado
A la vista queda que aquella expresión que nos dice que no se le pueden poner puertas al campo ha quedado obsoleta. Tuve que eludir el cercado como buenamente pude.
Caminando por entre un campo de almendros
Pinaco de inmensa factura en Casa de Marsilla
En este paraje me detuve un buen rato. He buscado información sobre esta casa pero no he hallado nada relevante. Se nota que fue de buen porte, casa de señoritos. Es muy posible que se trate de la misma familia de ascendencia lorquina, que tiene desperdigadas varias de estas haciendas por la región, muchas de ellas, reconvertidas en casas rurales. En el pueblo de Bullas, existe una antigua casa señorial, transformada por el ayuntamiento en museo. "La Casa-Museo Don Pepe Marsilla". En el informe enlazado, el autor del mismo, analiza las obras de restauración que se hicieron en el 2006 y nos habla..."En la memoria histórica de este trabajo procuré explicar cuáles fueron los factores que hicieron de la nada el pueblo de Bullas, dando a entender que el edificio en cuestión, la ahora Casa-Museo Don Pepe Marsilla, y su antigua funcionalidad está estrechamente ligada al desarrollo y crecimiento de este pueblo de la comarca del noroeste murciano.

Historia de Bullas y de la Casa-Museo Don Pepe Marsilla
Aunque las primeras noticias documentadas de la existencia de Bullas se remontan al siglo XIII, no es hasta el siglo XVIII cuando se construye el núcleo original de la ahora Casa-Museo de
autor desconocido. Aunque no se sabe con exactitud, el edificio dataría del año 1723, año en que es finalizada en una primera fase la Iglesia de Ntra. Sra. del Rosario, situada su cara posterior
justo enfrente de la Casa-Museo. Y es que a lo largo de este siglo XVIII el recinto urbano de Bullas adquirió la configuración que mantendría hasta los años 60 del siglo XX cuando se crearon los
barrios periféricos y se rompió el límite tradicional que suponía la antigua Acequia de La Rafa, principal canal de agua del pueblo, que discurría por la calle Rosario donde se sitúa el edificio y
que propiciaba a la Casa-Museo de una gran ventaja respecto al abastecimiento de agua. La forma y distribución del edificio está estrechamente ligada al único medio de subsistencia
que había en Bullas hasta mediados del siglo XX, la agricultura. Y es que la sociedad bullense creció merced al sector primario, cultivando y recogiendo diferentes productos del campo, en
especial los cereales durante el siglo XVIII al que se unió el cultivo de la vid que llega hasta nues
tros días complaciéndonos con la degustación de numerosos vinos con denominación de origen de ésta, nuestra tierra. Como dato de interés puedo decir que casi el 50 % del término municipal a principios de 1800 estaba cultivado.
La casa, ya en irreversible estado ruinoso, dio para algunas fotos.
Este otro pino ubicado al sur de la casa también se presenta con buen porte y bella factura.
El horno, independiente de la casa, tampoco podía faltar.
Nos entrenemos un ratillo con las florecillas, que ya estaban un poco mustias. De todo el mundo es sabido que por el amarillo me pirro.
FINAL PRIMERA PARTE

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