04 octubre 2023

DE HÍJAR A AYNA, PASANDO POR ALCADIMA Y EL PINICO I

Cuando estuvimos de paseo por Aýna me quedé con las ganas de visitar Alcadima. Le preguntamos a una lugareña si había mucha distancia desde esta señalización hasta la aldea, y nos respondió que había una buena tirada, entre tres o cuatro kilómetros, pero que, "con lo que estaba cayendo", de calor, se entiende, pues que no nos lo aconsejaba, a no ser que fuéramos en coche, a ser posible con vehículo todo terreno. Bueno, la mujer se mostró muy elocuente y de inmediato abandonamos la idea porque como dicen en mi pueblo, hay más días que morcillas, y ya habría otra oportunidad de volver por aquí. Pues bien, la ocasión acaba de acontecer porque visitar Alcadima me ha servido para cambiar el tercio de banderillas y retomar mis sanas andanzas por esos caminos y rincones de dios, y por ende, tras el paréntesis estival, reanudar mis estimulantes actividades blogueras. 
Tras estudiar la cartografía y darme una vuelta por Wikiloc, conjugué dos recorridos para diseñar el que a mí me interesaba, esto es, uno que me trasladara de Híjar a Aýna, pasando por Alcadima pero proyectado en un circuito circular, teniendo que repetir itinerario solo al paso por la referida aldea. Desde el mapa, ya me había marcado estos lugares como interesantes, pendientes de visita y puedo dar fe de que no me decepcionaron. Me hizo mucho calor, eso sí, pero por estos contornos, saber que puedes saciar tu sed y refrescarte en el pilón de la fuente de Alcadima, es un plus, un aliciente más que te reporta no poca tranquilidad. Todo un privilegio que sus otrora moradores apreciarían en su justa medida.
A Híjar llegamos tras abandonar la CM-3213 que conduce a Villarejo, y coger la AB- 4007, carretera estrecha pero con firme en buen estado. Esta es la vista con que te encuentras trescientos metros antes de arribar al pueblo, pedanía del municipio de Liétor que en 2020 contaba con un censo de 6 habitantes, tres hombres y tres mujeres. Yo me crucé con dos personas a los que di los buenos días y a lo lejos, lugareños que faenaban las huertas con sus ruidosas maquinarias.
Híjar propiamente dicho corresponde a aquellas casas que se observan al fondo, ubicadas en la margen derecha del río Mundo.
Algunas de las viviendas que se encuentran en la margen izquierda del río, pegadas a la carretera ya mencionada.
Puente sobre el río Mundo. Lo cruzamos.
Hacia Híjar nos dirigimos, desde donde tomaremos unas fotos a las viviendas pegadas a la carretera que acaba en la Central Eléctrica que pronto veremos.
Viejos somieres utilizados para cercar parcelas de huerta suelen ser habituales por estos pagos.
El lavadero de Híjar. Ahora nos adentramos en un tramo del recorrido verdaderamente delicioso que parece un frondoso vergel. La idea de combinar dos recorridos ha sido todo un acierto. De momento, caminamos paralelos a la margen derecha del río Mundo.
Algunos de los verticales barrancos que vierten sus aguas al río.
Y llegamos a las ruinas de las Casas de las Monjas y la Subestación Eléctrica de Híjar. Aquí tiene su destino final aquel ancho canal que despertó nuestra curiosidad en los primeros capítulos de nuestro recorrido por Aýna.
Cruzamos el puente para pasar a la vertiente izquierda del río, e ir progresando con dirección a Alcadima pegados a una caudalosa acequia.
Las enormes tuberías que canalizan el agua procedente del mencionado canal. Tenía yo curiosidad por conocer esta infraestructura.
 
Nos introducimos por un auténtico pasadizo selvático, muy disfrutón, haciendo equilibrios, con mucho cuidado de no dar un traspiés, que acabaría con nuestros güesos, en la acequia o en el río, y además, con todo el equipo.
Atisbamos rincones de ensueño para el baño, coquetos, íntimos, seductores. Por aquí deben existir unos cuantos del mismo jaez.
Y llegamos a Alcadima y lo primero con que te tropiezas es con el pilón, lavadero y su fuente. Me pareció un lugar encantador del que parecían emanar reminiscencias ancestrales en forma de "vibraciones". Me ocurre con frecuenta en este tipo de lugares. Debe ser efecto de la propia sugestión.
El lugar parecía desierto aunque más tarde, mientras hacía unas fotos al puente de Híjar, observé a una persona adentrarse por entre las muchas ruinas que predominan por aquí.
Alcadima figura en la cartografía del IGN con ene, esto es, Alcadina. Supongo que será correcto escribirlo o nombrarlo de un modo u otro. También lo he visto escrito en algún cartel informativo, precedido del artículo femenino. Como tiene varias casas bien cuidadas y deduzco que con intermitentes moradores transitorios o circunstanciales, no se debe catalogar de aldehuela abandonada sino deshabitada. Se halla  emplazada entre los términos municipales de Liétor y Aýna, siendo pedanía del primero. Como le sucediera a miles de villorrios de España, en la segunda mitad del siglo XX, tuvo lugar un importe y comprensivo éxodo del campo a la ciudad, buscando los moradores de estas humildes villas, las legítimas mejorías en sus, hasta ese momento, duras condiciones de vida, sobre todo pensando en sus descendientes (sacudirse los largos trayectos a pie hacia la escuela; facilidad y prontitud de acceso a los centros de salud; posibilidad de ofertas diferentes de empleo; mayores probabilidades de un futuro mejor para los hijos...etc). 
Aunque han transcurrido más de 50 años desde que la población de Alcadima se quedó en números rojos, se puede deducir por su aspecto, que algunos de los descendientes de aquellos alcadimeros de principios de siglo, que probablemente viven hoy en Aýna, visitan con asiduidad, cuidan y miman la cuna de sus ancestros. Algunas de las casas, huertos, campos de cultivo (olivares) presentan indicios de una buena asistencia y mantenimiento activos. Plantas aromáticas, campos de lechugas, tomates, habas, cebollas, patatas, granados, olivos, higueras, parras de uva, etc, nos escoltan tanto a la entrada como a la salida de nuestro paseo por esta coqueta y feraz aldea.
También se pueden ver varias viviendas, en razonable buen estado de conservación, luciendo el cartel de hallarse en venta.
Creo recordar que esta es la casa mejor conservada, con mejor aspecto, al menos en cuanto a la fachada se refiere, de toda Alcadima.
Camino con dirección a Aýna
Entrada al pueblo desde Aýna
A la vuelta, cayendo un sol de justicia sobre este rincón, no me pareció tan idílico, pero aquí y ahora y con esta luz, al sentarme junto a la fuente y beber de su refrescante caño, mientras me dejo embriagar por el murmullo del agua cayendo sobre la pila, me resulta fácil retrotraerme al pasado e imaginar a los alcadimeros de antaño realizando sus quehaceres cotidianos.
Y ahora viene al rescate, Faustino Calderón, el del blog Los Pueblos deshabitados. Un día iba yo pedaleando, pensando en la excursión con la que inauguraría la nueva temporada senderista tras el parón veraniego y tuve una corazonada: ¡mira que si Faustino tuviera publicado algo sobre Alcadima...! ¡Bingo! Entrada de 2012, hace más de una década en que cuenta con los impagables testimonios de dos lugareños (Bienvenida Torres y Antonio González) que relatan escenas y anécdotas de cuando formaron parte de los vecinos moradores de esta aldea, y otras inestimables aportaciones que llegan después en los comentarios. Si quieres saber algo más de la historia de Alcadima, en el enlace te lo pongo a güevo.  
Preciosa y fotogénica aldea de Alcadima perteneciente al municipio de Liétor, situada en el estrechamiento de un minúsculo vallejo por donde discurre el rió Mundo. Caserío apiñado, con rincones de gran belleza, muy bien conservado, formado por trece viviendas en las que predomina el yeso como material de construcción. Contaron con luz eléctrica desde hace muchos años proveniente de la cercana central eléctrica de Híjar.

Al estar a orilla del río casi toda su agricultura era de regadío. Así sus tierras estaban sembradas de tomates, pimientos, patatas, habas, olivos, granados, higueras, etc.
"Cogíamos muchas aceitunas, normalmente para consumo, teníamos un buen sistema para quitarles el amargor: llenábamos un saco y lo colgábamos del puente sumergiéndolo en el río toda la noche recibiendo el frescor del agua, al día siguiente estaban listas para comerlas. También las llevábamos a vender a otros pueblos, las cargábamos en el macho y llegábamos hasta Las Cañadas de Hache o Peñascosa donde no tenían olivos y se las vendíamos o bien las intercambiábamos por trigo, puesto que ellos si tenían bastante cereal y nosotros estábamos más escasos". 
ANTONIO GONZÁLEZ
Tengo la sospecha, salvo raras excepciones, de que quienes acuden por estos andurriales persiguiendo el ideal ecologista, aguantan solo dos inviernos, dándose al poco de bruces con la dura realidad del frío, la incomodidad, la incomunicación y el tener que sobrevivir con el esfuerzo de su trabajo. Se ha de estar muy comprometido con la causa, y aún así, pocos son los que perseveran. 
Me viene a la mente el libro de Sergio del Molino, La España Vacía...creo que le voy a tener que dar un nuevo repaso porque fue una lectura interesante y muy reveladora. He aquí unos pocos extractos de su obra que ya compartí en una entrada mucho tiempo atrás:

A menudo, emigraban varias familias a la vez, grupos de amigos que fantaseaban con fundar una arcadia.

En la urbe está el mal, lo falso, lo que no permite que la vida sea vivida con la intensidad y el placer que la propia vida merece.

Cuando llegué, esperaba encontrar a un grupo de hippies felices, cada uno con su azada, trabajando en sus huertos ecológicos y leyendo a Thoreau a la sombra de los pinos.

No estaba preparado para toda aquella hostilidad. El promotor del proyecto, el primero en terminar la casa, había vuelto a Zaragoza y hacía tiempo que no pisaba el pueblo.

Vinimos con mucha ilusión, pero esto es el horror.

He viajado a muchos lugares aislados y me he encontrado en ellos a personas de ciudad que construyeron casas hermosas, ideales. Muchos de sus inquilinos tenían el temblor de la paranoia en la esquina de los ojos.
Un escultor se quejaba con mucha tristeza, mientras freía unos huevos para que no me fuera de aquel sitio sin comer, de que aquella casa y aquel sueño rural le habían arruinado la vida y que comprendía que su mujer se hubiera largado de allí, y que él mismo huiría si no se hubiese gastado todo el dinero en una casa en la que ya no quería vivir y que nadie quería comprar.

A veces encontraba a alguien feliz, pero era raro. En cuanto tomábamos el primer café y se olvidaban de que hablaban con un reportero, casi todos confesaban su arrepentimiento, y algunos decían que vivían asustados, que no dormían, que pensaban que cualquier noche de invierno alguien iba a irrumpir en la casa y les iba a matar.

Quizá sean sólo casualidades, pero fueron tantas que aprendí a reconocer ese delirio que aparece en los ojos de quienes han pasado más de un invierno en un pueblo de cuatro habitantes rodeado por kilómetros de nada.

La psicología da, como casi siempre, respuestas terroríficas. La más famosa es la teoría de la privación sensorial.

Una habitación sin luz doblega más voluntades que la violencia directa y sanguinaria.
La teoría era que la falta de estímulos sensoriales producía efectos devastadores sobre los individuos y propiciaba la aparición de trastornos mentales.

En los casos más graves, alucinaciones y brotes psicóticos. En los menos, paranoia, delirio de relación (una variante psicótica de la paranoia que se da en personas tímidas, con baja autoestima e hipersensibles, cuyos delirios consisten en que todo el mundo conspira contra ellas), irritabilidad incontrolable o desconfianza exacerbada.

James Danckert, neurocientífico canadiense, cree que el aburrimiento puede provocar efectos parecidos a los de un daño cerebral.
FINAL DEL PRIMER CAPÍTULO

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