03 diciembre 2019

POR LOS MONTES DE VENTA LA REJA. LA SILLA II

Aunque en cierto modo lo sospechaba, me han sorprendido los amplios y despejados horizontes que se divisan desde los cuatro cerros que estos días hemos llevado en danza. En esta primera excursión, previendo lo intrincado de la sierra La Silla, me he traído una cámara compacta pequeñita, al objeto de aminorar las posibilidades de arañar su objetivo con el follaje de los pinos, algo que ya me ha sucedido en alguna ocasión. En condiciones buenas de luz, toma buenas fotos pero aún así, adolece de una evidente falta de nitidez en los bordes de la imagen.  
Pero nos tenemos que apañar con lo que hemos traído. Ya no hay vuelta de hoja. Seguimos avanzando, deteniéndonos en las múltiples atalayas que a cada paso, van haciendo las delicias de nuestras pupilas. 
Miramos hacia la Sierra del Oro, bonito topónimo por cierto, cuyo picacho más elevado se sitúa en los 952 metros. Yo pensaba erróneamente que Cieza estaba al otro lado, y lo está, pero ojeando el mapa he comprobado que entremedias tiene el cabezo del Molinero y el Cerro de la Atalaya, ese enorme torreón rocoso que proyecta del pueblo esa estampa tan característica e inconfundible vista desde la autovía Cartagena-Albacete (A-30).
Cogemos prestada una foto de Cieza, registrando su carismático Cerro de la Atalaya y el río Segura.
Del mismo modo que una lectura lleva a otra, lo mismo sucede con las montañas, sobre todo si estas se hallan visualmente conectadas. La sierra del Oro ha logrado despertar mi curiosidad y un día de estos habrá que hacerle una visita a ver qué paisaje nos depara.
Mirando hacia los inmensos llanos cerealistas y campos de labor del Campo Cagitán, es que le entran a uno ganas de explorar con más detenimiento sus rincones, y mientras aporreo el teclado, mientras acompaño con texto estas imágenes, se me acaba de ocurrir, darme un buen garbeo por aquí. Será interesante y divertido. La idea se perfila, va cobrando forma y cuanto más lo pienso, más me entusiasma la ocurrencia. Se acaba de originar el germen, la chispa, el cimiento de una futura entrada bloguera.
Pero no adelantemos acontecimientos. Ahora es momento de disfrutar de los extensos campos de Cajitán (o Cagitán, que también desta manera lo he visto escrito), un conglomerado de tornasoladas porciones de tierra, delimitadas por las sierras de Ricote, del Molino, la Albarda, la Palera, del Oro...La Silla, presididas todas ellas por el descollante y omnipresente Almorchón, cerro solitario de 773 metros de altitud, de acceso senderista casi inexpugnable, en cuyas paredes de la cara sur, se practica la escalada clásica. En los campos del Cagitán de Mula, nos contaba mi padre, que siendo el mayor de cuatro hermanos, había tenido que guardar pavos en casa de unos señoritos para poder comer, ya que con ocho años, se había quedado huérfano de padre y mi abuela, al quedarse sola y sin recursos, las pasaba canutas para sacar adelante a los cuatro churumbeles que mi abuelo le había dejado como recuerdo. Eran los tiempos duros de posguerra. Mi padre conocía bien de zagal Venta la Reja, de las muchas veces que pasaba por allí con su Orbea. 
Como se puede ver me hallo en el vértice geodésico de La Silla. Hoy me he traído al tío Yoda, que contra todo pronóstico, nos ha salido algo insulso. No quiere líos, cosas de la edad, y no se muestra ni de lejos tan locuaz ni postinero como Hulk. Por eso me ofrece poco encaje para los chascarrillos. Lo suyo es más reflexión y contemplación. El matusalén posa sosegado e imperturbable blandiendo su espada láser y bastón galáctico, demostrando sabia veteranía reposada a la par que oficio en la meditación. Mirándole el orejudo careto, me vuelve a evocar a los dinosaurios y a mí mismo. Si algo tiene bueno caminar en completa soledad es que no existe, si tú no la buscas, dispersión de los pensamientos. Uno puede coger el hilo de las reflexiones y estirarlas y desarrollarlas a voluntad. Estas atalayas que ofrecen tan despejado e infinito horizonte se prestan pintiparadas para la elucubración metafísica. Me veo a mí mismo caminando mientras las ideas e imágenes fluyen sin cesar en mi mente. Sin interrupciones, ni espacios en blanco, todo con una nitidez y clarividencia que asusta. De un tiempo a esta parte vengo pensando en la muerte. Vamos teniendo una edad en que aparecen los primeros achaques y comenzamos a sumar una adrede ignorada lista de familiares, amigos y conocidos que ya han quedado extintos a mitad del camino. ¿Cuando nos tocará a nosotros, nos preguntamos a veces? Estamos en el bombo de la funesta lotería y en cualquier momento nos puede tocar el gordo. No quiero que piense el esporádico visitante que estas son las ocurrencias de un ser amargado o masoquista que se regodea en la pintura anticipada de su decadencia y decrepitud. Nada más lejos de eso. Pero al igual que este pasado verano lo ocupé en gran parte con lecturas sobre dinosaurios, también anduve flirteando con tratados sobre la senectud que, no nos engañemos, en el ecuador de la cincuentena, ya vamos augurando y presintiendo en carne propia. En todo caso, la espada de Damocles ya es una constante que pende amenazante sobre nosotros.
¿Veis?, el tío Yoda no tiene estos dilemas. Su naturaleza le impide envejecer pues parece que ha sido orejudo plástico fósil con forma antropoide desde los primeros tiempos de la creación. Me causa cierto estremecimiento pensar que si no sufre serios descalabros como así le ocurriera a nuestro ya olvidado Agapito Malasaña, hasta me puede sobrevivir por siglos, para regocijo de mis nietos y biznietos, y hacerlo tan intacto e indemne como lo viene haciendo hasta hoy. Como mucho se le puede raspar y decolorar la calva o partir una oreja o la espada, en alguno de los costalazos que el tío se pega cada cierto tiempo, cuando se encarama a los tubos de los vértices, y sopla el viento con demasiada fuerza, pero con un poco de suerte, puede mantenerse tan íntegro y campante como hasta ahora. Pero, ¡mira con lo que se entretenía tu abuelo! exclamaría con sorna el insensible padre a los hijos..., mientras Yoda les susurraría al oído: no hagáis caso de este, mis queridos niños, ¡que vuestro abuelo (o bisabuelo) sí que era un tío especial...!
Espero que la satisfacción de escudriñar mis sensaciones y abismos, intentando analizarlos con suficiente honestidad (por desgracia, no con la deseable destreza literaria) se imponga sobre cualquier pesar que pudiera acecharme de vez en cuando en esta indefinible empresa que llevo entre manos.
En ocasiones reaparece la cuestión de por qué me empeño en seguir alimentando este blog, cuando tantas veces siento la tentación de mandarlo al carajo y olvidarme de él porque atisbo que he perdido la ilusión para seguir manteniéndolo. Cuando esos amenazantes impulsos me acechan, me pongo a la tarea antes de que huyan las ganas y las fuerzas de intentar evitarlos; antes de que la ruina amenazante se apodere de mí el día menos pensado, me aturda y me lleve a hacer algo de lo que después me arrepienta. Hacerse viejo es quedar gradualmente desposeído de nuestras potencias. A muchas personas les fastidia cumplir años, pero claro, como diría un eminente político, ya felizmente retirado, peor sería no cumplirlos. Yo recuerdo de zagal, que coincidía en un taller de mi pueblo, dedicado a la venta y reparación de motos y bicicletas, con un hombre al que apodaban el "Caballero". Había venido de Cataluña, y llevaba en la bicicleta toda suerte de pijerías y perifollos que llamaban mucho la atención. Banderitas de España sostenidas en rígidos y erectos alambres, a su vez atornillados a las palometas de las ruedas. Cintas con los colores de la bandera que sobresalían a cada uno de los puños del manillar. Una cesta de aluminio de la que asomaban más cachivaches y banderolas de España, decorada con cinta aislante de diversos colores y pegatinas distribuidas estratégicamente por todo el cuadro. Con el tiempo, progresó y cambió a un ciclomotor Lambretta de color azul que siguió la misma suerte de la Torrot. Me gustaba mucho hablar con él mientras miraba embobado su reluciente moto rebosante de florituras y pelitriques. Nunca he vuelto a ver unas llantas tan relumbrantes como las de su Lambretta. Recuerdo que un día me dijo que a lo que más le temía en esta vida era a la muerte, a tener que morirse. Y aquella conversación, a la que en su momento, apenas di importancia y olvidé, hoy cobra toda su dimensión y significado. Ahora entiendo su temor y miedo porque ahora soy yo el que lo siente. El "Caballero" todavía vive, soltero y entero y debe rondar los noventa años o faltarle poco para cumplirlos.
Siguiendo el hilo del inminente ocaso de la vida, yo tengo un amigo que lo de envejecer no parece que lo lleve demasiado bien. No asume que los años pasan y que el tiempo inexorable ejerce su depauperante influjo sobre nosotros. Aún se deja caer a veces que es capaz de echar dos sin sacarla, y eso a pelo, sin ayudas farmacológicas de ningún tipo, lo cual no es que me parezca una fantasmada propia de un besugo en decadencia sino una trola como un piano de cola. A ver, no es que yo tenga por qué dudar de sus alardes bravíos en cuestiones sexuales, pero la naturaleza impone su ley y con 56 años cumplidos, este macho cabrío, otrora petimetre conquistador de la huerta murciana, por mucho que presuma y aún se empeñe, ya no puede ser el mismo rompe bragas de hace veinte años. Vamos, si así fuera, es que le dan a uno ganas de cortarse las venas. Pero no, por el bien de mi salud mental e inestable autoestima, prefiero no creerme nada, por la cuenta que me trae. Me callo y encajo paciente sus bravuconadas pero al instante me viene al caletre aquel consabido refrán del "dime de lo que presumes y te diré de lo que careces..."
Ahora se entiende lo de mi trauma infantil pendiente y no resuelto con las banderas de España. Influencia inconsciente y directa del Caballero. Lo acabo de descubrir. Me quedo más tranquilo. Influencia beneficiosa y sana. He aquí su extraordinario e inopinado legado.
Una última foto al vértice geodésico y abandonamos el lugar
Yo me figuro que atestiguar el inexorable acartonamiento del cuerpo, que tarde o temprano todos sufrimos, y hacerlo mediante la fotografía y aporreo del teclado, es un modo tan digno como otro cualquiera de resistirse al progresivo despojo. Se trata de no dejarnos arrebatar la conciencia de nuestro envejecimiento. O de ralentizarlo sirviéndonos de la reflexión, de la cantinflada o el disparate como si del mejor fármaco antioxidante se tratara. Ojalá este blog me sirva en el futuro como inyección para insuflarme impulso cuando note que me voy desinflando.
Y digo yo, una vez reunidos aquí conmigo, mis dos o tres visitantes, desconocidos e incondicionales, en todo caso, intuyo que coetáneos o de parecida edad a la que a mí me contempla, me pregunto si no hallaréis en mis reflexiones algo que corrobore vuestras propias intuiciones. Sospecho que sí. En La Silla escribo para aclararme a mí mismo, para saber quién soy antes de dejar de ser. Me mueve primero algo así como el deber de ser fiel a mi diferencia como ser humano, de consignar estas ideas y sentimientos no tanto por ser míos, como por pertenecer a un hombre. Es decir, porque revelan nuestra condición excepcional y por eso merecen perdurar y me obligo a rescatarlos. No soy hoja otoñal que cae de un chopo ni un bicho cualquiera, que vive sin porqué y se extingue sin conciencia de sí. Soy un ser consciente, que medito sobre mi propio desenlace, desde su previsión y contra ella. ¿De qué otro asunto más suyo podría ocuparse un moriturus que además sabe que lo es?
Aviso a senderistas de toda condición y pelaje. Cuidado con La Silla, que como se puede advertir mediante estas imágenes, ofrece unas panorámicas visuales nada desdeñables que bien merecen una excursión. Pero qué callaíco se lo tenía la condenada.
La Copa city
No debo abandonar este blog porque explorar, indagar y perquirir es lo que propicia el afán de vivir y descubrir...ahuyentar e ignorar la única verdad inapelable del tenerse que morir.
Octavio Paz, uno de mis recientes hallazgos, a su pregunta de por qué escribimos, respondió: "Para morir un poco menos". Exacto. Si vivir es morir un poco cada día, ponerse a escribir significa desafiar su potencia, atemperar su embestida a fuerza de pensarla de antemano. Mejor dicho: es mostrar que gracias a nuestra conciencia estamos por encima de esa muerte, protestar que no nos la merecemos y así someternos en menor medida a su imperio. Plasmar nuestras propias reflexiones o recuerdos es crear algo que nos trasciende siquiera un instante, al menos ante algún otro ser humano, presente o futuro.
Me sucede con frecuencia cuando exploro montes cercanos a la civilización, que me tropiezo con alambradas que me cierran la salida. Ya se puede decir abiertamente que queda muy obsoleta aquella expresión de que "no se le pueden poner puertas al campo", porque sí que existen y a las pruebas gráficas me remito.
Tras seguir la valla hasta el límite de la propiedad, me di de bruces con este extraño espécimen de metal oxidado, seguramente coetáneo del tío Yoda.
Cuando llegué al coche, el morador de la coqueta choza tuvo la amabilidad de dejarme sobre el parabrisas esta nota de aviso. A continuación mi respuesta agradecida y sincera.
En los próximos capítulos me propongo seguir insistiendo en mis reflexiones y digresiones acerca de la vida, su decadencia y la parca, esa que siempre se representa simbólicamente con una guadaña. Pero eso sí, atemperadas mis ocurrentes o tétricas reflexiones con bonitas panorámicas como las que tienes ante tus ojos. Un interesante contraste como esas comidas frías que ahora tanto se llevan en que se mezcla lo dulce con lo salado, combinado eso sí, (fuera lo de maridado ahhgggg) con un buen vino de Bullas que no resiste crítica que no sea zalamera. A ver qué se nos ocurre, con las panorámicas que otearemos desde la Muela de Don Evaristo.
Claudio Magris dixit: (otro de mis hallazgos durante este verano, que no todo fueron dinosaurios) "Siempre he pensado que uno de los más grandes sacrificios de un cura no es tanto la castidad, sino el deber de limitarse, de no poder decir lo que en realidad piensa. Y yo, si no puedo decir lo que pienso, me siento fatal. Para mí, la cultura, ya sea de una persona o de un pueblo, es su capacidad de razonar. Yo puedo ser culto en literatura alemana pero ignorante como una cabra en tantas otras cosas. La cultura es la capacidad crítica de juzgar y de juzgarse, de no creerse el centro del mundo, de conseguir relacionarse". 
 "Hace falta una educación que se enseñe sin querer enseñar. Mis padres nunca me dijeron que no debía ser racista como tampoco que no se comía en el cuarto de baño, pero el modo de comportarse en casa hacía impensable una cosa o la otra. Y también aprendí en la escuela otra cosa fundamental. A reír con las cosas que amaba y respetaba, y a amar las cosas que me hacen reír". 
"A veces uno escribe para defender algo, o para combatir, o para protestar. Se puede escribir por fidelidad, o por un patético intento de parar el tiempo, de construir una pequeña arca de Noé. Otras veces para distraerse, otras por miedo, otras para poner orden, otras para poner desorden. Son tantas las razones… Pero en general siempre he estado fascinado por las cosas verdaderas, por aquello que sucede. En esto he permanecido muy fiel a como era de niño. Cuando tenía nueve años leía la enciclopedia y copiaba y después escribía alguna fábula. Pero partía siempre de la realidad. Y todavía hoy sigo creyendo que la realidad, la vida misma, es más original que lo que invento yo. Como decía Mark Twain, 'la verdad es más extraña que la ficción'". Enorme este tío.
Para terminar este capítulo, anticipo desde la Muela de Don Evaristo. Una increíble fotografía de Bullas teniendo como fondo el As de Copas y Revolcadores (techo de Murcia).
Puente romano (es un decir) sobre el río Mula que une la vía verde (por aquí pasaba el tren) a su paso por la estación de La Luz. En la parte superior de la imagen, Almorchón de Cieza, sierras colindantes y Campos de Cagitán.
El tío Yoda disfrutando también del paisaje




FINAL SEGUNDA PARTE

No hay comentarios:

Publicar un comentario