27 junio 2017

POR EL RÍO BOROSA EN LA SIERRA DE SEGURA I

Me desperté a las dos y media de la madrugada, con sensación de sequedad en la garganta y dolor de cabeza. Al mover mi cuerpo de un lado, sentí pesadez y rigidez en los brazos. Al escuchar el tenue zumbido que procedía del aire acondicionado, reparé en que la calidad del descanso no es la misma con el ambiente seco que este genera que sin él, entonces lo apagué e intenté de nuevo conciliar el sueño. Me volví a despertar hacia las cuatro y media, bañado en sudor y con un dolor palpitante martilleándome las sienes. El bochorno en la habitación era insoportable y entonces comprendí que sería imposible volver a dormirme. Ya iría todo el día de puto culo, arrastrando el déficit de descanso y con un mal humor de perros. Desperdiciaría aquel sábado, otro día de sofocante calor, yendo como un zombi, medio cadáver, de sofá en sofá y bajo el aire acondicionado. El día pintaba muy mal si no le ponía remedio. Y entonces, un pensamiento fugaz se cruzó en mi mente. ¿Y si aprovechaba este a priori ya, día perdido, y para rescatarlo, hacía por fin, la ruta del río Borosa, esa que tan largo tiempo ya figuraba en mi lista de excursiones preferentes? La idea comenzó a fraguarse, delinearse, perfilando la forma, colocando empero, los pros y los contras sobre la balanza. La única ventaja que se me ocurría a bote pronto era la de aprovechar una jornada, que a priori pronosticaba en mi ánimo, la aridez abúlica del abandono. Los inconvenientes se me antojaban innumerables. El principal, y por cuyo motivo había aplazado hasta ahora, la realización de aquella interesante ruta, era el largo viaje de aproximación hasta el punto de inicio, sembrado de curvas. Tres horas y media por una sinuosa, tortuosa e interminable carretera que entre ida y vuelta sumaban las siete horas de conducción. Y eso, habiendo solo sesteado, por lo que aún antes de levantarme, ya me sentía estragado, convertido en una especie de piltrafa humana. Pero la experiencia tiene demostrado, que por muy exánime que se halle el cuerpo, nada que no pueda mitigar para activarse, ducha fría con un café bien cargado. Otra contrariedad, no menos importante, lo suponían las temperaturas abrasadoras que nos íbamos a encontrar y que AEMET vaticinaba entre los 38º y 40º. Y otro trastorno a añadir era el día de que se trataba, esto es, sábado y por tanto, a buen seguro, proliferación de visitantes a la ruta más popular y turística del parque. Es mejor, que lo deje para ocasión más propicia, me decía y aconsejaba mi sentido común. Como así llevaba haciendo desde tiempo inmemorial. Aduciendo excusas y pretextos vanos para no acercarme de una vez por todas al Borosa. Y si al final me decidiera, ni pensar siquiera en llevarme a la Viky. Con estos calores y la pelambrera que ya arrastraba, a buen seguro que se fosilizaba en mitad del camino. Y veinticinco kilómetros entre ida y vuelta, que como siempre suele suceder, terminarían por contabilizarse alguno más, en verdad que no son moco de pavo. Me ocurrió lo de siempre. Más de medio siglo de mochila emocional, arrastrando sobre las espaldas, es mucho tiempo ya para no conocerse a uno mismo. El sentido común me aconsejaba permanecer en casa, pero el impulso, el instinto me impelían hacia la aventura sin dejar apenas espacio para la cordura.
En estas cavilaciones me hallaba, bajo la ducha, sin terminar todavía de decidirme, visualizando no obstante lo que ya había tratado de analizar en otras ocasiones. De las dos opciones disponibles, qué itinerario elegir. Evocaba en su propia voz, las consideracines y consejos que al respecto me había hecho mi amigo Amando. Que ni dudara en echar por Santiago de la Espada, ya que por Huescar y Cazorla, eran muchos más kilómetros y desde esta villa a la torre del Vinagre, en ese solo tramo de 40 km de distancia por carretera muy sinuosa, se me iría no menos de una hora de viaje. Tenía claro pues, que desde Cehegín, tomaría por Santiago de la Espada, Hornos y Coto Ríos.
Me tomé mi tiempo para preparar los apechusques que echaría en la mochila, que por más esmero que pongas, siempre echas de menos lo que no llevas y ya solo me faltaba tomar la última decisión comprometida. De un tiempo a esta parte, siempre me sucede lo mismo con Viky. Que si la dejo en casa, al poco me arrepiento pensando en lo que ella hubiera disfrutado con la ruta y si decido que me acompañe, cuando la veo padecer, arrostrando su menudo y peludo cuerpo, lengua fuera, por la aspereza y severidad del camino, entonces lamento haberla traído y es por eso que se vino conmigo.
Y ya no había vuelta atrás. Pese a sentirme extenuado por lo que iniciábamos y quedaba por delante, configuré velocidad de crucero en el automóvil, y cuando aún no había amanecido, dejábamos atrás Cehegín. Estas capturas del amanecer corresponden a un momento en que nos detuvimos a evacuar fluidos, muy próximos a la puebla de Don Fadrique.
Otra parada técnica muy cerca ya de Coto Ríos, fotografiando las plácidas aguas del Tranco de Beas
Había introducido en el gps este track. Lo ideal y aconsejable es hacer esta ruta en primavera, en época de lluvias y deshielos pues el abundante caudal del río y por ende, sus saltos de agua, configurarán un indómito espectáculo visual difícil de olvidar. Si se prefiere recogimiento y contemplación exclusivamente paisajísticas, un detalle a tener en cuenta es procurar hacer esta ruta en día laboral, ya que los fines de semana, esto se pone a tope de gente. Venidos inclusive en grandes grupos a bordo de autobuses. En mi caso, por ese impulso espontáneo e insensato del que ya hemos hablado, escogí seguramente la peor época y día para hacer esta ruta. Por eso al aparcar, y comprobar el trasiego de gente que por allí pululaba, se me cayeron un poco los palos del sombrajo, pero a toro pasado puedo decir, como así espero atestigüen las pocas imágenes que acompañan a esta entrada, que el Borosa no nos decepcionó en absoluto.
El río Borosa, nos servirá de guía para recorrer una de las zonas más bellas de este parque, cuyas aguas durante milenios han formado uno de sus más extraordinarios rincones, la Cerrada de Elías. Una sinuosa garganta que junto al nacimiento del río Borosa y la Laguna de Aguas Negras y de Valdeazores conforman unas de las rutas más bonitas de este parque natural. Para comenzar esta ruta hay que llegar a la Torre del Vinagre, un centro de interpretación de la naturaleza situado en la carretera A-319 entre Arroyo Frío y Coto Ríos. Frente a este centro tomamos la carretera a nuestra izquierda que lleva hasta la piscifactoría del Borosa, lugar donde se encuentra un gran aparcamiento donde podremos dejar el coche. Si el número de visitantes es escaso, podremos ahorrarnos trescientos metros, estacionando en un aparcamiento más pequeño que existe un poco más adelante. A partir de aquí, comienza una senda que va paralela al río Borosa y que nos acerca en pocos minutos al charco de la cuna, lugar donde comienza la ruta.
 De la obra de Enrique A. Marín Fernández, guía del excursionista, extraemos el siguiente fragmento: Esta ruta es muy frecuentada a causa de su fama, aunque es necesario decir que, por su longitud, la mayoría de las personas, no suele llegar mucho más allá de la cerrada de Elías o de la central eléctrica de los Órganos. El río Borosa es uno de los principales afluentes del Guadalquivir, dentro de este espacio protegido. Su caudal en la primavera tras los deshielos, sorprenderá al caminante que se verá acompañado en la totalidad del itinerario por el estruendo de su aguas verdiazules. Esta es la excursión de las cascadas y los saltos de agua, grandiosas manifestaciones de una naturaleza pujante y viva. El colofón de nuestro itinerario será otra muestra de los paisajes del agua: el pequeño embalse de Aguas Negras y la laguna de Valdeazores, espejos cristalinos donde se refleja lo más granado del paisaje cazorleño.
En estos primeros tramos, sentido decreciente del Borosa, ya comenzaban a posicionarse las personas que tenían pensado pasar en su conocido y escogido particular rincón, unas horas salvaguardados del sofocante calor, remojados al baño maría.
 Las esmeraldas aguas del río Borosa, invitaban a disparar sin cesar
¡Tranquilo hombre, me dice Viky, que aún te queda río...que esto no ha hecho más que comenzar...!
Había más de un paparazzi por aquí, como bien ilustra esta imágen
Este año en la zona, apenas ha caído una gota y eso se nota en el caudal de agua, que a estas alturas fluye plácida y tranquila, lo que tiene la ventaja de que nos permitirá muchos acercamientos al cauce y puntos de vista y ángulos que en otros momentos resultarían imposibles. Iremos siguiendo el lecho casi de forma paralela y podremos disfrutar de como se fusionan agua, piedra y el gran bosque que nos rodea.
Grupos de familias y amigos, avanzan y evolucionan por la pista paralela al río, buscando su recodo y poza preferida para el baño
A mí, andar por pista no me entusiasma demasiado pues me machaca las rodillas y me parece un poco aburrido. Tras kilómetro y pico de caminar, acompañado de una importante peregrinación de bañistas, que supero y me alcanzan, llegamos al Charco de Gracea, donde desemboca el caudaloso arroyo de las Truchas, que recoge a su vez las aguas de los arroyos de la Gracea y el de Guadahornillos.
Las circunvoluciones, sinuosidades, ondulaciones y meandros que el agua forma, dibuja, traza sobre el lecho del río, embelesan e hipnotizan
No se me ocurre mejor lugar que este para disfrutar de la naturaleza en pareja
Durante el camino, atravesaremos varias veces el Río Borosa, a través de algunos de los puentes que lo cruzan.
Las bonitas estampas y lienzos fluviales se suceden
El valle va progresivamente encajándose. Pasando a un lado y otro del río a través de unos puentes de madera elevados que hacen muy ameno y vistoso el recorrido.
Un carcomido y casi ilegible cartel nos indica la dirección a la Cerrada de Elías. Las personas que por vértigo u otras patologías, no se atrevan a cruzar la barroca estructura de madera, y con ello, desistan de aventurar sus pasos por el lugar más visitado y emblemático del parque natural de Cazorla, Segura y las Villas, lo podrán hacer por la pista altenativa que existe a la izquierda, que salva este hermosísimo y espectacular tramo del río, que conecta más adelante con nuestro track, una vez pasada la Cerrada. Nosotros, como nos sentimos aventureros y hemos venido aquí para empaparnos de todo lo que el curso del río Borosa e inmediaciones tenga a bien ofrecernos, nos salimos a la derecha y optamos por disfrutar de esta maravillosa pasarela elevada que discurre por el cañón y nos hace la excursión, mucho más bonita y divertida. Para esas personas que tiemblan y estremecen con solo elevarse su cuerpo un palmo del suelo, aquí van, como remedio lenitivo, esta sucesión de capturas que pretenden su exiguo y afligido consuelo.
Entrada a la Cerrada de Elías. Nada más cruzar este puente, y ya sobre la pasarela, existe una fuente que mana de la pared y que si no vas atento, te puede pasar desapercibida. A mí me encanta probar el elixir de todas las fuentes así que, en esta también nos remojamos el gaznate. Mencionar también que en cada uno de los extremos de la cerrada, existen unas cancelas que resposables del parque cierran, cuando la aglomeración de personas es tal, que hace se produzcan embotellamientos y problemas de tránsito.
Los pocos metros de anchura de esta garganta, obligaron a la construcción de unas pasarelas de madera que facilitan el paso por este bello entorno.
Caminando con tranquilidad, podremos disfrutar del  bello espectáculo que nos ofrece el río en cada uno de sus recodos, asomados y afianzados con total seguridad desde la barandilla de esta sólida pasarela, y en época de lluvias intensas en que el río baje bravío, ver agitarse la impetuosa corriente bajo nuestros pies. Es una experiencia de la que, como bien se puede apreciar en estas imágenes, nosotros no disfrutamos, pero que en intención y reserva quedan para el futuro.
Antes de lo que nos hubiera gustado, hemos llegado al final de la cerrada para adentrarnos a continuación en una húmeda floresta, tupido y precioso sendero de este camino que nos resultará muy agradable de transitar
He aquí otro lugar, otro rincón de indefinible encanto, cuyas aguas cristalinas invitaban al baño y en su defecto, al postureo reposado.
Caminando de nuevo por la pista, comenzamos a subir un poco más acusadamente pues hasta el momento, las cuestas y la exigencia física, han brillado por su ausencia. Tras la cerrada de Elías, el valle se ha ensanchado pero las montañas que nos rodean  han elevado su altura, ofreciendo hacia el valle del Borosa, bellos espolones, agujas y tajos.
A la izquierda de la pista, según nuestro sentido ascendente, la tremenda muralla  de la cordillera del Banderillas, surge desde el fondo del valle del Borosa. La fantástica visión de torreones y empinadas canales, surcando las afiladas crestas, evocan en mi memoria la aventura de que disfruté el año pasado por estas fechas junto a mi Viky, para ascender hasta su cima, donde pasamos la noche en el refugio, siendo velados por aquel forestal tan afable que allí se encontraba realizando labores de vigilancia.

FINAL PRIMERA PARTE

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